41 | Haremos ruido desde la luna
Julia
El verano estaba llegando a su fin. Y mis días en esa vida estaban por acabarse.
Todo estaba siendo un sueño desde la primera actuación. Pasé un pánico terrible al principio, pero acabé disfrutando del paso por el escenario.
Desde ese día, Ángel, no paro de llamarnos para ofrecernos nuevas ofertas las cuales aceptamos. Los siguientes días, Diego volvió a utilizar la técnica del apagón para que yo cantara a gusto.
Conseguí cantar, sí, pero de ahí a hacerlo con todo el mundo mirándome... aún no era capaz.
Entre Diego y yo, aún había vergüenza. No teníamos nada en concreto, solo roces y mucho cariño. Algún beso caía de vez en cuando. No había nada definido, y acercarnos aún se nos hacía raro.
Los ratos a solas eran los que aprovechamos para estar más acaramelados, sin exceso, ya que teníamos que componer.
Días antes, mientras tomábamos unas cervezas todos juntos, mi teléfono sonó. Mi jefa del bar llamó con urgencia, la otra empleada había pedido la baja por accidente laboral y debía regresar inmediatamente a ocupar mi puesto de trabajo en la capital.
La noticia no sentó muy bien en la mesa, un mal sabor de boca se instaló en mi y en la de los demás. No sabía como actuar, ni qué debía decir para despedirme.
Recogí toda la casa, y metí todo en mis maletas; cargué en coche para dejarlo todo listo. Tenía que salir del pueblo esa misma noche, porque dentro de dos días debía de estar sirviendo cafés de nuevo.
No podía creerlo, me tenía que ir. No quería irme. Me costó meter cada prenda en esa maleta, por cada cosa que recogía una nueva lágrima viajaba por mi mejilla.
El dolor y la presión instalándose en mi pecho dispuestos a no dejarme respirar.
"¿De verdad me tengo que ir?", pensaba una y otra vez.
Tenía que volver a aparcar la felicidad.
Caminé por la casa, descalza, proyectando recuerdos en mi cabeza. Recordé a mis abuelos cantando y bailando conmigo en el patio; a Marta, Sara y Bea saltando por los sillones conmigo; a Diego y los peluches en mi habitación; y, a Rodrigo, Adrian y Pablo corriendo por el pasillo mientras mi abuelo los seguía con el palo.
Por mi cabeza pasaron imágenes de ese verano, cómo lo empecé y cómo lo acabé.
Sacudí la cabeza, y absorbí por la nariz.
Cogí el bolso, y dentro metí la última carta. Junto con el regalo envuelto en papel de periódico.
No podía tirarlo todo por la borda una vez más. Este verano me había dado cuenta de lo ciega que había estado respecto a la gente que tenía a mi alrededor. De cómo podía haber sido tan tonta de alejarlos de mí, y a otras, por dejarlas tratarme así.
No podía perderlo otra vez.
Cogí el teléfono por un impulso, se me asomaron mil dudas y posibles consecuencias negativas, pero me habían enseñado que la vida se jugaba así.
Renuncié. Desaté todo lo que me ataba a lo infeliz.
Salí de casa con un nuevo aire. Di una vuelta sobre mí y sonreí.
El sol se estaba metiendo, mientras la luna despertaba y cogía protagonismo. El cielo tenía un color anaranjado sobre el azul.
Aunque la luna ya estaba fuera, todavía era temprano para querer algo de ella.

ESTÁS LEYENDO
Haremos ruido desde la luna
Romance"Fui a escribirte te quiero en la ventana" Julia, con el corazón agrietado, desapasionada hacía sus sueños de niña, con miles de preguntas bajo el colchón; encontró el último regalo de su abuelo. Diego, acompañado de su guitarra buscando su musa por...