38 | Sorpresas poco bienvenidas

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38 | Sorpresas poco bienvenidas


Diego

Íbamos a cumplir ese sueño que soñamos tantas veces dentro de nuestras habitaciones. Los dos íbamos a subirnos al escenario frente al público con una canción propia.

No recuerdo mucho la primera vez que nos subimos a uno juntos, éramos muy pequeños, y yo como un idiota le daba prioridad a otras antes que a ellas.

Pero a pesar de todo, no tenía recuerdos en los que ella no estuviera; ignorando la parte en la que se mudaron a la capital, siempre que podía se venían al pueblo a pasar temporadas.

Con ella no me sentía juzgado y no me hacía falta formar un lado más seductor, era yo mismo. Me sentía libre de prejuicios y no me esforzaba en dar una imagen de chaval duro, frío y galán.

En el fondo, todo lo anterior mencionado, me salía solo pero de otro modo. Seguía siendo un galán; pero uno dulce y enamoradizo.

— No te odio.

Todo el cuerpo se me estremeció ante el susurro de esas palabras a mi oído.

Necesitaba escuchar eso para acabar de creérmelo. En el fondo — muy fondo — sabía que no me odiaba, pero sus acciones últimamente me daban la sensación de intento de odio forzado.

Ella quería odiarme, solo que no podía.

Habíamos pasado por mucho de pequeños, soñábamos con las mismas cosas y teníamos las mismas comidas favoritas. Éramos solo unos niñatos que creían entender el mundo de ahí fuera.

Pero cuando la ví marchar, comprendí que no tenía ni idea de cómo era el mundo para los demás. Nosotros vivimos el nuestro propio. Y yo me empeñe en meter más en el nuestro.

La eché de mi ventana.

Y sin quererlo, la saque de mi vida.

No solté ni una lágrima hasta que no pasó el primer mes. Pensé que sería algo de unas semanas, hasta que el primer mes pasó y ninguno de nosotros teníamos noticias de ella.

A duras penas, dí por hecho que nosotros ya soñábamos por separado. No sabía qué significaba la palabra "enamorado" hasta que la persona que me lo enseñó sin intención desapareció.

Durante los meses siguientes, viví desesperadamente hundido y preguntaba a todas horas por ella. Pero fue en vano.

Así qué, seguí con mi vida.

— ¡Diego! — escuché la voz apurada de mi abuela.

— ¿Qué?

— ¡Diego! ¡Corre! ¡¿Dónde estás?! — la noté agitada, buscándome por todas las partes de la casa.

— ¿Abuela, qué pasa? No me asustes.

Asomé la cabeza por la puerta de mi habitación. La vi aparecer por el pasillo muy apurada, llevaba una hoja enorme en las manos.

Con muy mala cara me la extendió y la cogí.

Mi expresión relajada cambió al instante en el que le di la vuelta a ese cartel, la misma cara de preocupación que tenía mi abuela adapte yo — o una peor —.

— Mierda — murmuré entre dientes.

– He conseguido quitar tres más, pero está todo el pueblo empapelado de ellos.

Me quité el pijama rápidamente y me puse algo al azar.

— ¿Quién ha podido ser tan cruel? – La voz de disgusto de mi abuela me hizo daño.

Haremos ruido desde la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora