18 | Tiempo para encontrarse

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18 | Tiempo para encontrarse


Diego

— Si... es rosa... rosa chicle... con un montón de veces la cara de Papa Noel. ¡Como si dijera Ho-Ho-Ho!

A Pablo nadie lo sacó de su dilema con la manta en toda la noche.

— ¿Te la imaginas? — preguntó para llamar mi atención una vez más.

Mis zancadas cada vez eran más grandes y ligeras, tire la colilla al suelo y en la segunda zancada la alcance para pisarla.

— Eo. Diego. Pablo te habla. — Me habló como si fuera lelo, agitando las manos.

Pare en seco.

— Te he entendido. Me voy a casa, puedes volver con los demás.

— ¿A casa? ¡¿Ya?!

Esa última palabra hizo que mi tímpano temblara, rodé los ojos y retome las zancadas hasta el coche.

— ¿Pero por qué? Todavía queda noche.

— Lo sé. Y tú te quedas a disfrutar de toda la noche — le dije, sacando la llave del coche del bolsillo.

— Sí pero...

Cuando abrí la puerta del coche y me giré hacía él se calló de golpe.

— Disfruta de la noche Pablo.

— Vale amigo, estás cabreado — levantó las manos —. ¿Puedo saber por qué estás cabreado?

Lo fulminé con la mirada, y sin ser muy consciente apreté los dientes.

— Vale, ¡No, no puedo saberlo! Cambiaré la pregunta — volvió a levantar las manos —. ¿Puedo ayudarte con algo amigo mío?

Negué con la cabeza y me pasé la mano por el pelo, con algo de remordimiento.

— No se por que estoy pagando el mal humor contigo tío, lo siento — seguí negando con la cabeza.

— Así que admites que estás de mal humor ¡aja!

Fruncí el ceño, algo enfadado.

— Vale, si mejor me callo — volvió a levantar las manos en son de paz, y me sonrió.

— Si, no te pases de listo.

Hice el amago de meterme al coche pero me volví a ver interrumpido por Pablo.

— ¿Seguro que no te apetece quedarte? Todavía quedan un par para pasar por el tablado.

— No. Seguro. Me voy a casa, estoy cansado.

— Ya... vale... — achinar los ojos sin apartar la mirada de la mía.

— Buenas noches Pablo.

Me metí en el coche, y conseguí cerrar la puerta a la tercera sin que Pablo se entrometiera.

— ¡Conseguiré averiguar por qué estás enfadado! — los escuché decir tras el cristal, apuntando con el dedo.

Resoplé y rodé los ojos mientras arrancaba el coche. Me despedí de él con la mano por última vez y salí del parking.


                                                                       *


Esa mañana me dolía más de lo habitual la cabeza. La mismas vueltas que me daba la cabeza, le di a las sabanas la noche anterior.

Haremos ruido desde la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora