13 | Cobarde

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13 | Cobarde


Julia

— Mierda — murmuré.

— Has vuelto a perder — Beatriz intentó ocultar su sonrisa de vencedora.

— Estoy desentrenada — me excuse, cruzándome de brazos.

— Ya claro... — se río entre dientes, mientras recogía las cartas.

La noche anterior la note muy cansada, y esa mañana me levanté preocupada, o quizá solo tenía ganas de pasar tiempo con ella. Con mi amiga.

Estábamos en la puerta de su casa, apoyadas en la fachada, jugando a las cartas; sudando por el calor infernal de verano.

— ¿Has dormido bien? — me preocupé.

— Como un tronco — me sonrió levantando la vista de las cartas.

Empezó a repartir.

— Reparte bien, sin trampas — le advertí con una risotada atrancada.

— Julia eres mala jugando — se río —, no es que yo haga trampas — volvió a reírse.

— Lo que sea... — cogí mis cartas desafiándola con la mirada, divertida.

Empezamos a jugar, con toda la concentración volcada al dichoso juego.

— ¡Te acabo de declarar la guerra! ¡Por fin!

— Casi lo estaba empezando a suplicar — se carcajeó.

La volví a fulminar con la mirada.

Pasamos una mañana muy agradable y tranquila. Llegué a olvidarme de la estabilidad que transmitía Beatriz, la calma presente en su voz.

— Me queda una semana y ya soy libre para todo el verano — emitió un gruñido.

Negué con la cabeza y me reí.

— Una semana aguantando a los monstruos, no te queda nada... — levanté mucho las cejas y las manos.

— A veces, son encantadores... — suspiró.

— ¿Encantadores sacándote de quicio dirás?

— Sí, bueno — susurró.

Miro a todos los lados posibles y se inclinó un poco hacía delante, con una mano pegó las cartas a su pecho, y con la otra escondió su boca del pueblo.

— A veces pienso que esconden micrófonos — susurró aún más bajo —. Pero si, ¡no los soporto! — susurró enfadada y frustrada —. Pero me gustaría conservar mi trabajo.

Con eso último volvió a echarse hacía atrás con una sonrisa.

Bufé, y se me escapó una risotada. Ella acompañó las mías y nos reímos sin parar por esa chorrada.

Beatriz siempre fue la más correcta y sensata del grupo. Pero como persona normal, a ella también le molestaban y disgustaban las cosas. Y también, se hartaba de otras.

Seguimos jugando, o más bien ella siguió machacándome.

— ¡Mierda, Beatriz! — me frustré —. ¡¿De dónde sacas las cartas?!

Se encogió de hombros, con una sonrisa a boca cerrada.

— ¿Puedo decirte una cosa? — me dijo al rato.

La miré desconcertada, y me tensé.

— Claro... ¿Qué pasa?

Jugueteo con las cartas que tenía en la mano y las miraba con atención. Levantó un poco la vista hacia mi y torció un poco el morro.

Haremos ruido desde la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora