30 | Asfixia, rabia e impotencia

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30 | Asfixia, rabia e impotencia


Diego

Se quiso levantar del sofá.

— No pasa nada Julia, quédate aquí — mantuve la calma.

Me hizo caso y volvió a sentarse. Movía las piernas de arriba abajo con rapidez y nerviosismo. Volvió a tragar saliva, y cogió una gran bocanada de aire. Intentó que el aire pasara a sus pulmones pero fue el vano, hiperventilando apenas podía respirar.

— Respira despacio, Julia.

Permanecí a un lado con calma, no quería invadir su espacio. Ella se echó para un lado, intentando taparse la cara.

— Haci... hacía tiempo... que no... — se le cortaba la voz.

— No pasa nada, coge aire despacio por la nariz.

Lo intentó, pero negaba con la cabeza haciéndome ver que no podía. Yo estaba seguro de que sí. El ataque de ansiedad se estaba intentando quedar con ella, pero ella era más fuerte que ese dichoso ataque.

Intentaba seguir respirando mientras tragaba saliva una y otra vez. Me puse frente a ella cuando ví que se estaba haciendo daño. Sus uñas estaban clavadas en las palmas de sus manos, y cada vez apretaba con más fuerza.

Quise ir poco a poco, y de primeras solo coloque mis palmas sobre sus manos, hizo algo menos de fuerza.

Se inclinó hacia atrás sin dejar de temblar, las lágrimas rodaban por sus mejillas sin apenas ella darse cuenta.

Quería ayudarla.

— Suelta el aire por la boca, despacio.

Se pasa las manos por la cara, y se mueve hacia adelante y hacía atrás una y otra vez; inquieta.

No estaba funcionando. Cogí el pequeño banquito y lo acerqué hasta mí, para sentarme frente a ella.

— Julia, utilízame de espejo. Respira como yo.

Subió la mirada. La vi destrozada, se me cayó el alma a los pies, pero no deje de ayudarla.

— No... no... pu... puedo — su voz estaba rota.

— Si puedes. Respira conmigo, Julia.

Empecé a exagerar las respiraciones para que ella me imitara. Yo tenía los ojos parados en ella, en su rostro, pero ella los tenía en mi pecho. Me abrí paso entre sus manos y me las agarró con fuerza, por lo menos no se haría daño a ella misma.

Hinché el pecho despacio para que ella me imitara con facilidad, exhale el aire por la boca notoriamente para que ella y su cuerpo fueran conscientes.

La crisis de nerviosismo aún seguía con ella, y aún había mucha irregularidad en sus respiraciones.

— Despacio, Julia. No te apures — susurré —. No pasa nada.

Tiré de una de sus manos y me la llevé a mi pecho, para que notara el latido de mi corazón.

— Vamos a respirar los dos.

Vi un leve asentimiento por su parte, y yo seguí exagerando las respiraciones hasta que notara su respiración regular.

Tenía delante la impotencia que estaba sintiendo ella, la rabia por no controlarlo, y la asfixia por no ser capaz de controlar su propia respiración.

— No siento las manos.

— Tranquila. Sigue respirando conmigo.

Empecé a acariciar sus manos, en una el dorso y en la otra, la palma.

Haremos ruido desde la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora