37 | Abuelos, recuerdos y pipas
Julia
Me sentía una mierda. Por muchas razones.
Pero verdaderamente, me sentía así por no haber sido capaz de contestar.
Necesitaba salir de ahí. Odiaba con todas mis fuerzas sentirme así, y hacer sentir así.
Alce la mirada hacía el calendario. Estábamos en pleno agosto, me quedaba menos de un mes para marcharme a mi vida nuevamente.
— Julia — me agito Marta el hombro.
— ¿Qué? Perdón, dime.
— Estás ida tía, ¿estás bien?
— Si, si. Estoy bien, gracias — sonreí, para que me creyera —. ¿Qué pasa?
— Mi abuela te estaba llamando — río.
Me puse roja, y sonreí a Emilia, la abuela de Marta.
— Saca un bol de ese armario que tienes encima — me señaló con una pequeña risilla —. Si puedes, echa las pipas ahí, y coge otro para las cáscaras.
— Perfecto — le sonreí, aún roja.
Acabe de echar las pipas en el bol, y me cargué de más cosas para sacar fuera.
Estábamos en la puerta trasera de la abuela de Marta. En un intento de subir al bar, ella, mi tía y los demás vecinos (amigos) se encontraban tomando la fresca de la tarde noche, y sufrimos un medio secuestro emocional.
Nos sacaron sillas de plástico, o de camping a todos, para sentarnos con ellos. Emilia repartió bebidas y picoteo para todos, y hasta que no nos vio comer a todos no se sentó tranquila.
Estábamos todos en mitad de tres charlas completamente distintas; unos charlaban sobre fútbol, otros sobre el campo y sus flores marchitas y por último, las marujas hablaban de los nuevos cotilleos que se escuchaban por la zona.
— Julia, preciosa, ¿tú hasta cuando te quedas?
— En principio, hasta finales de este mes.
Todas las conversaciones se detuvieron al instante, y me miraron con una mueca triste. Me sentí muy observada y me inquieté mucho.
— Pero, no pasa nada — sonreí triste.
— Si, si que pasa — dijo Marta.
— El invierno es muy largo — dijo Pablo, triste.
— Y el verano demasiado corto — añadió Bea.
Miré a todos con tristeza, pero por dentro con una alegría a rebosar. Que me diera pena marcharme significaba que había cumplido mi objetivo de este verano; volver a mi sitio y conectar con el. Conectar con mi yo de antes y volver a tenerla presente. Estar cerca de mi abuelo, y además me llevo muchos extras de esto.
La vida me sonrió por primera vez después de tanto tiempo. Y el haberme confundido tanto me hizo ver con claridad mi entorno.
Era verdad, no estaba sola, había gente que me quería. Y esa gente estaba sentada a mi alrededor en ese instante.
Por intuición la mirada se me desvió hasta Diego, jugueteaba con la pulsera de su mano, prestando toda la atención posible. Subió la mirada y rápidamente aparté la mía para que no me pillara mirándolo.
— Te vas a ir, ¡y todavía no nos hemos colocado con un buen porro! — dijo Pablo, indignado.
Todos nos echamos a reír, cuando German — vecino y amigo de mi abuelo — le pegó una perca en la cabeza.
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Haremos ruido desde la luna
Roman d'amour"Fui a escribirte te quiero en la ventana" Julia, con el corazón agrietado, desapasionada hacía sus sueños de niña, con miles de preguntas bajo el colchón; encontró el último regalo de su abuelo. Diego, acompañado de su guitarra buscando su musa por...