10 | Recuerdos enterrados

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10 | Recuerdos enterrados


Diego

Taché con rabia la última frase que escribí en mi cuaderno. Lo cerré con el boli dentro y lo tiré a la cama.

Abrí la ventana de mi cuarto para que no se concentrara el humo del cigarro que me iba a encender, y me tire a la cama tras coger un libro cualquiera.

Quizá no fue uno cualquiera, chiste en cuanto vi que el autor era William Shakespeare. Como no, el autor favorito de Julia.

Hiciera lo que hiciese me veía envuelto en pensamientos con su perfume.

Intenté dejar la mente en blanco leyendo una de sus obras y dándole caladas al cigarro mientras.

Intenté seguir el ritmo de las frases a través del humo que había en mi habitación. Seguir conectado a esta obra tan arcaica, a pesar de su mala fama.

La casa estaba en pleno silencio, me levanté de la cama descalzo, solo con unos pantalones y encendí otro cigarro. Fui hasta la cocina solo para abrir una cerveza.

Tras exhalar el humo de la última calada y darle un trago al botellín, mi mente hormigueo. Sin tiempo de correr a por el cuaderno; cogí uno de los rotuladores de mi abuela y un chaco de papel de cocina.

Sigues siendo el primer pensamiento al despertar.

Con el desastroso papel de cocina y la cerveza en la mano fui hasta mi habitación, cogí la guitarra e hilé un par de frases que se me ocurrieron en momentos como ese último.

Rasgué las cuerdas de mi guitarra hasta dejar los dedos en carne viva, siempre olvidaba utilizar la púa. Ese juego de palabras que me estaba nublando la razón.

Dejé la guitarra a un lado, y me pase las manos desesperado por la cara y pelo; eso de estar corto de inspiración me estaba pasando factura.

El pequeño aparato sonó encima del escritorio, me levanté a ver quien era el dueño de ese mensaje de texto.

Vera: ¡Hola! Estaré encantada de acompañarte en unas cuantas canciones. Pasado mañana estaré ya en el pueblo, así qué hablamos y quedamos para ensayar. Muchos besos, nos vemos en nada...

Releí el mensaje un par de veces, y recordé que fui yo quien la escribió unas horas antes. Me pase la mano por la cara y resoplé.

Supongo, que ya estaba hecho, no me quedaba otra que cantar con ella frente a todos.

Vera tenía una voz muy controlada y afinada. En todo momento se escuchaba correctamente, como si siguiera las reglas del cante en todo momento.

Escuché golpes en la puerta y guardé el pequeño aparato en los pantalones. Fui hasta la puerta a regañadientes, pensaba que era mi madre a quien siempre se le olvidaban las llaves.

Abrí bruscamente la puerta y contuve el aire por esa visita tan inesperada. Me tensé de cuerpo entero y mi mandíbula estaba a punto de quedar encajada por la fuerza de mis dientes.

— Julia... — mi voz sonó muy áspera.

Ella tragó saliva, y recorrió todo mi cuerpo con sus ojos.

En ese momento recordé que solo llevaba unos pantalones, pero no me moví del sitio, solo me puse más rígido. Supongo que para marcar algo más de músculo.

— ¿Y...? — empecé a decir.

Intenté controlarme lo más posible. Intenté que se me notara lo menos posible lo dolido que me sentía por que no me abrió la puerta. Controlé el impulso de mi cuerpo de agarrarla y meterla dentro, abrazarla y retenerla en mis brazos.

Haremos ruido desde la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora