20 | Las promesas rotas

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20 | Las promesas rotas


Julia

Me masajeé la sien intentando sacar la voz chillona de mi cabeza.

— ¡¿Podemos concentrarnos?!

Misión imposible.

— Marta, yo te quiero un montón pero... ¡¿puedes no chillar?! te estamos escuchando todos — le dijo Sara, con un pequeño apretón en el brazo.

— Para intentar sacar soluciones necesitamos hablar entre nosotros — añadí, con algo más de suavidad.

— Pocas soluciones están saliendo, Julieta — me dijo Pablo con aire divertido.

Le lancé una mirada de advertencia, y entrecerró los ojos. Pablo con cara de cordero, levantó las manos en señal de rendición.

— Yo puedo vender mis encantos — quiso aportar.

— Necesitamos algo donde la gente suelte billetes, y contigo desde luego no lo van a hacer — río Rodrigo.

— ¡Pues aporta tu listillo! — replicó Pablo, resignado —. Al menos yo hago gracia — se cruzó de brazos.

— Mira en eso tienes razón — le señaló con el dedo asintiendo, y Pablo sonrió —, la gente pagaría por ver a un payaso ¿o no?

— ¡¿Payaso yo?! ¡No soy yo quien utiliza colorete, gomina y zapatos el doble de grandes!

— ¡¿Perdona?! ¡No soy yo quien cuido los rizos con los rulos de mi madre!

— Mejor me voy fuera — susurró Marta, levantándose de la silla desistiendo.

— ¡¿Y qué culpa tengo yo de tener rizos sensibles?! — se incorporó en la silla, con la mano en el pecho.

Marta salió fuera del bar, y nadie se dio cuenta de ello. Excepto yo y Bea que compartimos una mirada de cansancio.

— ¡Ya tengo suficiente cuidando unos niños, hacerme el favor de comportaros! — resopló Bea, intentando poner paz.

— ¡Me ha llamado payaso y ha insultado a mis rizos!

— ¡Me acusa de usar colorete y es mi rubor natural!

Apreté los labios para intentar contener la risotada.

Por la otra esquina apareció Diego con una silla y los ojos entrecerrados, sin entender nada. Hice que no lo ví y que seguía atenta a la escena de estos dos. Evité a toda costa el contacto visual.

— ¡Basta ya! — Bea se cabreó —. ¡Tú eres un payaso! — señaló a Pablo —, ¡y tú usas colorete! — el dedo se movió hasta señalar a Rodrigo —. ¡Ninguna de las dos cosas tienen nada de malo si no lo utilizan como insulto! — bajó la mano y se sentó en la silla de golpe, con cara de enfado.

— ¡Es que yo no utilizó colorete! ¡Diego, diles que es mi rubor natural! — miró a su amigo en busca de ayuda.

Diego abrió la boca para decir algo, pero enseguida la cerró mirando a su amigo confundido.

— ¡Que me da igual si usas colorete o no! — añadió desesperada.

— No hagas que la acción de usar colorete sea mala o un insulto para cualquiera — repetí, con la intención de que tomaran conciencia.

— ¿Puedo saber de qué estáis discutiendo? — preguntó Diego por lo bajo.

— Pablo y Rodrigo se han puesto a discutir cómo dos niños, echando pullas sin sentido — le contestó Sara mientras comía pipas atentamente, sin apartar la vista de estos dos.

Haremos ruido desde la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora