Capítulo 12: Momento incomodo.

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- Vaya, vaya, un hombre apuesto. – dijo Mariana dando una vuelta para verlo completamente. – Yo soy Mariana. – sonrió y también tuvo que ponerse algo de puntillas para darle dos besos.

- Yo Alejandro. – le tendió la mano.

- Encantado, Mariana... - le devolvió el gesto al padre de Martina. – Alejandro.

- Señor Alejandro. – dijo remarcando la primera palabra.

- De acuerdo. – sonrió. Jorge señaló la mesa que había reservado. - ¿Qué tal si tomamos todos asiento? -Se dirigieron hasta allí. Martina agarró a Jorge del brazo para retenerlo un momento. Él la miró.

- Lo siento.

- ¿Qué sientes?

- Que mi padre sea tan hijo de puta. Por eso me fui. – suspiró. – creo que no te lo he contado todo.

- Creo lo mismo. – Jorge sonrió. – tenemos tiempo para hablar, entiendo que no te hayas... sentido comoda explicándome eso. – suspiró. – Yo no lo conozco, pero se ve un hombre estricto.

- Demasiado. – La mirada de Martina pareció humedecerse.

- Eh. – Jorge le alzó la cara por el mentón. – en cuanto termine la cena nos vamos. No hace falta que estés pasándolo mal. Solo acordamos tener una cena con cada familia. Solo eso.- Martina bufó.

- Mi familia es horrible.

- No, no es horrible. – sonrió. Realmente, una sonrisa preciosa. – solo que has tenido tus momentos. – le acarició la mejilla y se inclinó para besarla. Martina aceptó el beso con gratitud. Un gesto de aclaración de garganta hizo que Jorge alzara la vista. Alejandro esperaba de pie, mientras los demás los miraban. Mariana estaba entretenida con Naiara.

- Vamos. – susurró Martina. Ya empieza, pensó ella, abrumada por los recuerdos que le traía ver a esas personas de nuevo. Si, se fue de su casa en cuanto cumplió los veinte. Y si, los seguía detestando, a cada y uno de ellos. Sobre todo, a su padre. Y no, no permitiría que se pasara con Jorge. No permitiría que lo humillara ni una sola vez, no como hizo con ella.

- ¿Y de que trabajas? – dijo Alejandro, limpiándose la boca y pidiendo el postre junto con el café a la camarera. Los demás hicieron lo que el cabeza de familia.

- Papá, por favor... - susurró Martina.

- ¿Qué pasa? Tendré que saber que el hombre con el que te cases sepa cómo mantener a mi hija ¿no? – se quejó Alejandro.

- No soy ni seré una mantenida, tengo trabajo propio y se me cuidar. – dijo Martina alzando su barbilla.

- En una clínica de masajes de mierda. – contestó su padre. Martina se limitó a no decir nada más. Jorge se calló para que no hubiera más alteraciones por parte del padre.

- Soy empresario. – mintió Jorge. No podía decirles que pertenecía al estado, que era un agente, que se dedicaba a proteger a la sociedad y a... matar.

- Ajá. – Alejandro entrelazó los dedos de la mano y apoyó su barbilla, adornada con una barba algo canosa que no le discutían la edad, en estas. - ¿Y cuanto ganas? – dijo sin escrúpulos. Parecía desinteresado. Jorge adoptó una posición similar.

- Nueve mil quinientos dólares al mes. – Agachó la mirada, modesto. Alejandro abrió los ojos. Mariana se aclaró la garganta, casi se ahoga con un trozo de azúcar quemado, ingrediente que adornaba la crema que se había pedido de postres.

- ¿Y... y solo eres empresario? – suspiró Solange. – eres el hombre perfecto.- Majo hizo una mueca de desapruebo. No había nada que hacer con su hermana menor.

- No le hagas caso. – explicó la mayor de las tres. – solo tiene dieciséis años, pero está más salida que el canto de una mesa.-Jorge rió.

- Tampoco hay para tanto, supongo que...

- Has tenido que trabajar duro para llegar a ganar tanto. – concluyó Mariana.

- Así es. – sonrió Jorge, orgulloso.

- Estoy contenta de que hayas escogido a un hombre como Jorge. – Mariana acarició la mano de Martina. Ella la apartó.

- No, no estás contenta por eso. Estás contenta des de que sabes el salario que gana. Y para que te enteres, yo no lo elegí. Yo no elijo a quien amo. Dejó la taza de café en su plato y se cruzó de brazos, concluyendo la conversación con su madre. Mariana suspiró. 


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