13. Una nueva sensación

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KATIA

Con la ida de Félix, nuestro viaje cambió de rumbo. Ya sin tener a nadie que nos fastidiara por nuestros vicios, Manu y yo decidimos desviarnos de la ruta planeada para hacer lo que mejor sabíamos: beber y embriagarnos. Alemania nos presentó la oportunidad perfecta para hacerlo sin escrúpulos: Oktoberfest, la fiesta nacional de la cerveza.

La ciudad de Múnich retornó, por un día, al siglo XIX. En el descampado de Theresienwiese, al oeste de la ciudad, se montó una seguidilla de carpas titánicas que acogían a viajeros de todo el mundo. Entre ellos, se escurrían los meseros con unos ridículos trajes tradicionales. No pude evitar reírme frente a uno que vestía una camisa blanca atravesada por unos tirantes que sostenían sus shorts marrones, prenda que dejaba al descubierto los llamativos calcetines blancos que se estiraban hasta sus rodillas. Mis carcajadas se potenciaron al ver que otros tantos llevaban puestos unos sombreros verde-musgo con una pluma sobresaliendo de sus extremos.

Lederhosen ─me dijo uno de ellos con un notorio tono despectivo.

─¡Hey! ¡Lederhosen eres tú! ─exclamé, ofendida.

─Creo que así se llama el traje ─me explicó Manu después de buscar el significado de aquella palabra en Internet─. Y las mujeres, aparentemente, visten algo denominado Dirndl. ─Señaló a una muchacha cubierta por un vestido rojo de escote prominente y un delantal a cuadros atado a su cintura.

─Interesante. ¿Pero sabes qué me interesa más? Lo que sostienen. ─Admiré los gigantescos tarros de cerveza espumosa que cargaban los camareros.

Intentamos ingresar a la primera carpa que teníamos a la vista, pero la entrada nos fue negada por motivo de nuestro acompañante especial: Meón.

─¡Suban-empujen-estrujen-bajen! ─lo despidió Manu al guardia con una retahíla de lo que, para él, eran auténticos insultos en alemán.

Después de recorrer otras quince carpas y reconsiderar volver al carro, encontramos un milagro: la única tienda pet-friendly. ¿El problema? Se asemejaba más al metro en hora punta que a una taberna.

─¿Para qué beber cerveza si podés emborracharte con el tufo de las axilas de la gente? ─gritó Manu para opacar la melodía de un acordeón.

─¡Esto es un caos! ─decreté después de que un chopp se balanceara sobre mi cabeza y la chica que la sujetaba lo terminara derramando en su blusa.

Manu miró a un jóven que se había caído dentro de un barril y tuvo que ser rescatado por sus tres amigos.

─Me encantaría quedarme para ver qué tan mal terminará esta secuencia, pero quizás sea mejor irnos ─dijo.

Accedí, algo desilusionada, y seguí sus pasos hacia la salida sujetando la correa de Meón, pero cuando estuvimos a punto de abandonar la carpa, una mano alcanzó mi hombro y me volteó.

─¡Pero si es la chica del video! ─festejó un muchacho con una sonrisa tan extendida que temí que la cerveza se le flitraría por la comisura de sus labios.

Su grupo de amigos estaba detrás suyo, mirándome con la misma expresión festiva. Manu retrocedió y me preguntó qué estaba ocurriendo, aunque ni yo supe qué responderle. El chico notó nuestra confusión y preguntó:

─¿No eres la actriz que besó al hombre casado en Viena?

─¡¿Actriz?! ─prorrumpimos nosotros y echamos a reír.

─Oh, no, nunca tomé una clase de actuación en mi vida ─le dije.

─Corrección: nunca tomó una clase en su vida ─agregó Manu y, en consecuencia, recibió un codazo de mi parte.

Así son las cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora