KEVIN
─Que no cunda el pánico ─fue lo único que se me ocurrió decir, más para mí mismo que para cualquier otra persona presente en la sala─. Meón es un perro inquieto, probablemente esté orinando sobre su plato de comida, mordiendo mis calcetines o bebiendo agua del inodoro, nada fuera de lo normal. Revisemos el apartamento, ¿sí?
Los invitados accedieron al unísono y pusimos el plan en marcha. Nos dividimos en cuatro grupos: los primeros inspeccionaron la sala de estar, buscaron rastros de mordiscos en mis plantas y voltearon muebles (eso último no lo hicieron a propósito, la ebriedad ganaba su uso de razón); los segundos exploraron la cocina, en las alacenas y dentro de la heladera por motivos completamente inútiles. Otros se encargaron del baño y confirmaron que el perro no había estado bebiendo del inodoro; por último, buscamos en nuestras habitaciones, debajo de las camas, entre las sábanas, en las montañas de ropa sucia que se habían acumulado, en el armario, detrás de las lámparas...
Nada.
─¿Alguien lo encontró? ─preguntó Katia al cabo de una hora y aferró sus manos al pecho para calmar las palpitaciones desenfrenadas de su corazón.
Manu salió de la cocina negando con la cabeza.
Casti, encargada de la sala de estar, hizo una mueca de pena.
─Lo lamento ─murmuró Félix tras darle un tercer vistazo al baño.
─Recorramos el edificio ─impuse y, sin siquiera titubear, un batallón salió a invadir a los vecinos.
Fíjense por las escaleras.
Eso mismo hicimos.
¡Y dentro de los elevadores! Ese perro aprendió a presionar botones desde que le enseñaste a apagar el despertador.
Chequeado.
¡¿En el apartamento de la vieja que odia a los perros?!
Si los odia, ¿para qué querría uno en su casa?
¡Para hacer una macumba!
Tranquilízate, ¿quieres? No olvides que tú controlas la historia. Tómate cinco minutos para respirar profundamente y regresa luego para seguir escribiendo. Dependemos de ti.
Cuánta presión...
Dos horas y un clonazepam después...
¡Bueno, hagámoslo!
Tras una búsqueda exhaustiva de nulo resultado, nos reunimos en la entrada del edificio a dar el veredicto. Fui rodeado por decenas de personas deseosas de una buena noticia, pero, en su lugar, tuve que anunciar que no hallamos rastro alguno.
─No puede ser. ─Katia se cruzó de brazos para cubrirse del frío que la invadía─. No pudo haber salido del edificio, a menos que alguien le hubiera abierto la puerta principal.
─Hablé con el conserje y me confirmó que él la cerró bajo llave a las nueve de la noche, como de costumbre ─informé.
─Quizás Meón se asomó justo cuando un vecino la abrió ─apuntó Casti.
─Si es así, estamos en un grave problema ─dije, mientras me asomaba a la puerta de vidrio que transparentaba el paisaje urbano─. Meón podría estar en cualquier parte de la ciudad.
Katia ya no podía controlar las sacudidas vehementes de su cuerpo. Casti y Cris se le acercaron para tranquilizarla con caricias en la espalda y esas típicas promesas huecas: "Todo estará bien", "Ya se solucionará", "Mañana te sentirás mejor". Me pregunté cuántas veces había escuchado esas frases que no me sirvieron más que para alimentar falsas expectativas. Aun así, no las contradije; quizás mi hermana necesitaba comprar esas esperanzas pese a su nula garantía.
Hicimos el tercer intento. Recorrimos las calles más cercanas y nos esparcimos hasta los barrios limítrofes en una expedición que nos quitó la noche entera. Fuimos perdiendo refuerzo en el camino; muchos de los invitados huyeron a la comodidad de sus hogares, y unos pocos continuamos marchando somnolientos y desgastados, pero con la ilusión intacta.
Esa ilusión se evaporó con la llegada del amanecer. Después de seis horas de merodeo, Katia y yo regresamos a nuestras casas. Nos despedimos del resto con no más que un agradecimiento tartamudeado y entramos al apartamento aún repleto de roturas, suciedad y petulancia. Esquivé a brincos los fragmentos de vidrio, los restos de comida y los vasos de plástico abollados. Lo único que quería era tumbarme en la cama y olvidarme de todo por un rato.
Pero Katia tenía otros planes.
─No puede ser ─dijo lo que repitió desde el inicio de la jornada.
─Ve a dormir. No podemos continuar la búsqueda estando cansados.
─Sí, estoy cansada. Cansada de que todo me salga mal, de que cada cosa que toque o mire se transforma en un completo desastre. Es evidente que no sirvo para esto.
─¿Para qué?
─¡Esto! ─Se ubicó en el centro de la sala y giró sobre su eje, señalando el caos que la rodeaba─. ¿Cómo pudimos creernos capaces de mantener un apartamento, estudios, un trabajo y un perro? Meón debe estar vagabundeando por las calles solo, asustado, con frío y hambre, y todo porque nosotros no supimos mantener una puerta cerrada. ¡Mira lo que hicimos, Kevin, lo echamos todo a perder!
─No seas tan pesimista. Sí, tuvimos un par de deslices, ¿pero quién no los tiene? Somos nuevos en esto, ya aprenderemos de nuestros errores.
─Ese es el problema: no puedo tolerar más errores.
─¿Entonces qué sugieres? ─la desafié, ya algo fastidiado. Yo también estaba enfadado por mis descuidos y lo último que necesitaba era que alguien me los remarcara.
─Hacer lo que tuvimos que haber hecho desde el principio: regresar a casa ─respondió sin vacilar. Su convencimiento me estremeció, parecía como si no estuviese hablando la chica que desde jardín de infantes quiso alejarse de su familia y hacer de las suyas.
─Créeme que no quieres eso ─decreté.
─Claro que no, pero no tenemos otra opción.
─¡Pues hazlo tú sola! ─grité, al borde del colapso histérico─. Vete a ese pueblo pequeño de malas lenguas, donde todos se creen los dueños de la vida ajena. Lidia nuevamente con papá y sus provocaciones, rodéate de los trofeos de nuestros hermanos que solo nos recuerdan nuestros propios fracasos y adéntrate en un gran torbellino emocional imaginándote el futuro incierto que todos predijeron para los mellizos Grande. Yo me quedaré aquí, encontraré a Meón y terminaré lo que empecé. Esperé dieciocho años para salir de ese hoyo y no volveré a arrojarme a él.
No di más lugar a discusión, me encerré en mi dormitorio y me acosté. Si seguía enfrentándome a Katia, terminaría diciendo cosas de las que me arrepentiría luego, y yo no era una persona que actuaba sin medir las consecuencias. Al menos, prometí no hacerlo de allí en más.
Pero mi hermana sí lo era. No pensó dos veces cuando, unas horas después, abrió las maletas, arrojó todas sus pertenencias dentro y se marchó sin despedirse. Desperté cuando su habitación ya estaba vacía y su copia de llaves, sobre la mesa de luz. Caminé a rastras hacia la sala de estar y suspiré al ver que ella había dejado la casa reluciente como nunca antes, como si quisiera decirme: «Mira, por fin lo tengo todo bajo control».
Al día siguiente, armé yo también mi equipaje. Surgieron tantos cambios a último momento que olvidé por completo conseguir otro sitio, por lo que me encontré a mí mismo yendo al único lugar que aún no me había cerrado sus puertas.
Manu me recibió en la entrada de su apartamento.
─Me debes un favor ─dije tras una encogida de hombros.
Él asintió con una leve sonrisa conciliadora y me dejó pasar.
─¿Y Katia? ─preguntó.
─Pronto regresará ─aseguré.
En realidad, eso esperaba que hiciera.
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Así son las cosas
Teen FictionKevin y Katia están atrapados en una historia de Wattpad y deben sobrevivir bajo la mirada de una escritora que no tiene ni una pizca de empatía o piedad. *** Los mellizos Kevin y Katia nunca fueron los más agasajados, ni los más talentosos, tampoc...