3. Descuidos y desvelos

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KEVIN

Era una chica y estaba escondida detrás de un arbusto. Su cabello de tinte índigo goteaba a borbotones, y permanecía envuelta por una toalla que apenas llegaba a cubrir su entrepierna. No se había percatado que estábamos observándola sin ninguna clase de discreción o modestia; estaba concentrada en calcular la distancia entre su escondite y la puerta de entrada al albergue. Cada tanto retrocedía para tomar carrera y estiraba sus piernas, pero la longitud de la tela que la cubría no bastaba para pasársela de bailarina y hacer un split en el aire.

Meón, al descifrar cuál había sido nuestro foco de atención en los últimos cinco minutos, trotó hacia ella y, jugueteando, comenzó a mordisquear la toalla. Fui a detenerlo, con tanta mala suerte que la chica, en su intento de recuperar lo que mi perro quería quitarle, tironeó con una fuerza desmedida y terminó hundiendo su codo en mi abdomen.

─¡San Tarawapa! ─bramé, doblegándome lentamente.

─¡Dios mío, disculpa! ─Escuché su voz por encima mío e identifiqué una tonalidad española que parecía sacada de un doblaje gallego.

─Despreocúpate, seguro que no es nada grave...

«Solo una hemorragia interna», lamenté en silencio.

─Estoy bien ─anuncié al cabo de unas cuantas bocanadas de aire y me dirigí a la desconocida─. Creo que tú eres la que está en aprietos.

─Pues no estoy en mi mejor momento ─admitió.

Mi melliza descolgó su enorme bolso y comenzó a revolver el contenido.

─Ten. ─Le extendió una playera y un jean─. Póntelos. Yo te cubriré. Y tú, aléjate ─me indicó a mí.

Regresé hacia Manu y Félix, que se habían quedado contemplando el suceso a distancia y con cierta perplejidad. Katia permaneció junto a la muchacha dándole la espalda y ocultándola con la toalla extendida a su alrededor. Minutos más tarde, la chica salió de su refugio vestida, aunque descalza.

─Gracias, me salvaste de lo que pudo haber sido la situación más vergonzosa de mi vida. ─Le sonrió a Katia y luego nos observó a nosotros─. Aunque creo que ya pasé suficiente vergüenza ─agregó.

─Son cosas que pasan. ─Mi hermana le devolvió una sonrisa empática.

─Te devolveré la ropa luego. ¿En qué habitación estáis?

─De hecho, no conseguimos una. Pero puedes quedártela. Te sienta mejor que a mí.

─¿No tenéis donde pasar la noche?

─Estoy segura que encontraremos otros albergues con disponibilidad.

─¿En plena temporada de turismo? No lo creo. ─La muchacha dibujó una mueca─. ¡Oigan! ─Se acercó a nosotros, seguida por Katia─. En mi dormitorio hay una cama de más y un sofá que apenas uso, por si desean ocuparlos. Tómenlo como una contribución por haberme ayudado.

─No tienes porqué hacer esto ─balbuceé.

─Entonces os ruego que lo hagáis como otro favor a mí. Estuve vagando desnuda por el predio porque me encerré a mí misma en el tocador y luego dejé caer la llave por la tubería. Como podréis entender, no soy una persona muy... atenta. Quizás necesite a alguien que esté alerta a mis gilipolleces.

Manu estrechó la mano con la chica.

─Un gusto, me llamo Manu y soy experto en gilipolleces, tanto para evitarlas como para realizarlas.

─Especialmente para realizarlas ─destaqué─. ¿Cuál es tu nombre?

Se presentó como Olivia, y en lugar de desplegar su historia como creíamos que haría a continuación, se limitó a agregar que provenía de una ciudad española llamada Lugo y que había iniciado su trayecto hacía cuatro meses.

Así son las cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora