Año 2018 en algún lugar recóndito de latinoamérica...
KATIA
—¡¿Qué es esto?!
El grito de mi madre me despertó de un sobresalto. No era la primera vez que amanecía con su voz rompe-tímpanos, pero por la tonalidad que empleó en esta ocasión, supe que estaba metida en problemas. Severos problemas.
Me estiré sobre el sofá desgarrado, mientras luchaba con los rayos del Sol naciente que se asomaban por la ventana, y aparté la alfombra persa que estuve utilizando de manta. Al levantarme, mis pies aterrizaron en un enorme charco amarillento. Era la cerveza que mi hermano mellizo había volcado la noche anterior.
—¡Maldita sea, Kevin! —vociferé frente al culpable en cuestión, quien seguía sumergido en un profundo sueño sobre la mesa entre los vasos de plástico vacíos y los pedazos de patatas fritas.
Él balbuceó algunas palabras inaudibles y se acomodó para seguir durmiendo, pero con ese discreto movimiento consiguió desafiar la resistencia del mueble, partiéndolo en dos, y terminó cayendo de trasero al suelo.
El impacto despertó a otras tantas personas que estaban echadas a lo largo y a lo ancho de la sala, pero fue el semblante de nuestra madre, coloreándose en cinco gamas de rojo distintas, lo que finalmente los motivó a marcharse sin mirar atrás.
La dueña de la casa avanzó hacia nosotros y exclamó lo que a cualquier hijo le causaría escalofríos:
—¡Kevin y Katia Grande!
Así es: nuestros nombres completos, un claro indicio de que la habíamos cagado de verdad.
Esa era nuestra fama por el vecindario. Fueron tantas las veces en que la hemos cagado, que durante la preparatoria nuestros compañeros nos asignaron un peculiar apodo para hacerle honor a ese "talento", formado por nuestras iniciales y apellido: K. K. Grande. Ingenioso, ¿cierto?
No teníamos idea de qué se les había pasado por la cabeza a nuestros padres cuando completaron las actas de nacimiento. Lo que sí sabíamos era que la maldición nos acompañaría hasta la muerte y que plasmarían el dichoso apodo en nuestras lápidas.
—¿Y bien? —Mi madre se cruzó de brazos, a la espera de una respuesta—. ¿Me quieren explicar bajo qué sustancias alucinógenas estaban cuando decidieron montar tremendo circo?
—¿Es una pregunta retórica o realmente quieres saber? Porque la lista es larga —balbuceó Kevin, mientras acomodaba sus gafas, pero se llamó al silencio cuando vio que ella colocaba las manos detrás de su espalda como si estuviera a punto de sacar una katana.
—¡Esto es inaceptable! Ya tienen dieciocho años, terminaron la escuela hace tres meses, y en lugar de estar pensando en su futuro, deciden aprovechar que les hemos dejado la casa sola para destruirla por completo. ¡Más les vale que uno de ustedes estudie arquitectura para construir una nueva!
Mi hermano y yo intercambiamos miradas de disconformidad. ¿Cómo íbamos a confesarle que ninguno de los dos se había matriculado en la universidad?
—¡Por todos los cielos! ¡¿Lo que cuelga de la ventana es mi sostén?!
Nuestra madre hubiese seguido chillando de no ser porque se abrió la puerta de una de las habitaciones. De allí salió un chico completamente desnudo, solo llevaba cubierta su parte sagrada con la almohada de My Little Pony que le pertenecía a nuestra hermana pequeña.
—Disculpe, señora —murmuró—. ¿Podría bajar un poco la voz? Me está desconcentrando para... ya sabe... —Hizo un gesto pélvico energético que provocó que mi madre retrocediera de un respingo.
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Así son las cosas
Teen FictionKevin y Katia están atrapados en una historia de Wattpad y deben sobrevivir bajo la mirada de una escritora que no tiene ni una pizca de empatía o piedad. *** Los mellizos Kevin y Katia nunca fueron los más agasajados, ni los más talentosos, tampoc...