KEVIN
─¿Hola?
Mantuve el móvil adherido a mi oreja, escuchando la respiración que se pronunciaba como una suave brisa desde el otro lado de la línea telefónica. Reconocí el ritmo de sus inhalaciones, suaves, casi desapercibidas, pero veloces y entrecortadas, como quien se encuentra agitado, pero intenta disimularlo. El timbre de su voz se mantuvo tan dulce como lo recordaba.
─¿Nadia? ─pregunté para asegurarme.
─Sí, soy yo. ¿Quién habla?
Esperaba que ella también identificara mi voz, pero algo en mi tonalidad estaba distorsionado, no sabía si por las corridas, el cansancio, la consternación, o una mezcla de las tres. Terminé formulando mi nombre y recé para que lo asociara conmigo y no con un tocayo australiano superdotado que la haya rescatado de algún ataque de canguro. Y si me reconocía, esperaba que no cortara la llamada.
Me sentí el hombre más afortunado del mundo cuando, en vez de escuchar un bip reiterativo, percibí una sutil risa cosquilleando mis oídos.
─¡Kevin! ¡Eres tú!
─Me enteré de los incendios y necesitaba saber cómo te encuentras. Por favor, dime que estás bien...
─Lo estaré ni bien me vaya de aquí.
─¿Qué dices? ─Dejé caer mi bolso al suelo y me senté sobre él en el centro de la terminal aérea, ignorando a la multitud que me insultaba por estorbarles el paso.
¿Nadia se estaba por ir de Australia cuando yo estaba por ir a buscarla? ¡¿Acaso nada me iba a salir bien?! Miré la cartelera de vuelos: el próximo avión con destino a Oceanía iba a despegar en una hora y yo aún no había comprado el boleto. Tenía que tomar una decisión inmediata, pero la confesión de Nadia, más que facilitarla, socavó el entusiasmo que me había impulsado a llegar hasta allí.
─Mi padre me aconsejó que me alejara de Forster por un tiempo. No es la primera vez que surge un incendio por la zona, y él vivió muchas de ellas cuando era joven, así que puede predecir cómo terminará esto. El panorama no es bueno. Tengo miedo, Kevin...
─No te pasará nada. ─Quise transmitirle paz con una voz armoniosa que se contrastaba con mi verdadero sentir─. Hazle caso a tu padre.
─Lo haré. Ya estoy empacando mis cosas.
Sentí una presión en el pecho que hacía tiempo no padecía; esa sensación de sofoco que aprieta tus órganos y no le da cabida al corazón para seguir palpitando. Nada me estaba saliendo acorde a lo planeado y, por más que me prometí a mí mismo seguirle la corriente al destino durante este viaje, no pude evitar preguntarme cuál era el siguiente paso.
─Me quedaré en Tokio hasta que la situación mejore ─dijo Nadia a continuación, salvándome de un ataque de histeria.
─¿Tokio? ─Mis ojos se encendieron como dos faroles. Pude ver pasar mi vida entera frente a mí: las maratones de Pokémon, mis colecciones enteras de manga (entre ellas, mis mayores orgullos: One Piece, Slam Dunk y Detective Conan), y las horas desperdiciadas intentado preparar sushi o confeccionando un cosplay de Kakashi.
Un momento, Nicole. ¿Piensas que eso es lo único que hay en Japón? ¿Manga, animé y pescado crudo?
¡Claro que no! También está Hello Kitty.
Tengo la escritora más ignorante y estigmatizadora de la historia de la literatura.
Me despedí de Nadia con la promesa de volver a contactarla próximamente. Apoyé mi móvil a la altura del corazón y percibí el resurgimiento de los latidos.
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Así son las cosas
Teen FictionKevin y Katia están atrapados en una historia de Wattpad y deben sobrevivir bajo la mirada de una escritora que no tiene ni una pizca de empatía o piedad. *** Los mellizos Kevin y Katia nunca fueron los más agasajados, ni los más talentosos, tampoc...