9. ¡Feliz ruptura!

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KATIA

Manu se presentó en la puerta de casa con una pila de libros, cuadernos, papeles y más papeles. En la cima de la montaña yacía una barra de chocolate.

─No, no ─objetó cuando extendí mi mano hacia el envoltorio─. Lo vas a comer cuando te lo merezcas.

Quise vengarme obstruyendo el paso, pero logró salirse con la suya al amenazar con darle el dulce al perro. Cruzó la sala, apoyó el material de estudio sobre la mesa y se acomodó en uno de los asientos que habíamos improvisado con los libros de la universidad.

─Ustedes, literalmente, se pasan el estudio por el culo ─ironizó.

─En mi defensa, no teníamos otra alternativa. Era esto o usar a Meón de silla.

El can levantó sus enormes orejas y nos miró con una expresión de curiosidad.

En cuestión de minutos, Manu se sumergió en la lectura. Envidiaba eso de él, no tanto su capacidad de concentración, sino el empeño que le ponía a cada asignatura. Lo más curioso era que lo hacía con ganas y casi sin esfuerzo.

─¿Cómo lo logras? ─reclamé, encaprichada.

─¿Lograr qué? ─preguntó sin quitar la mirada del texto.

─Esto. Verte estudiar lo hace parecer como algo muy fácil, pero apenas yo intento seguirte el ritmo, me pierdo en las primeras líneas. ¿Cuál es tu secreto? Es la hierba que consumes, ¿cierto? Escuché que eso ayuda a concentrarse.

Manu rio y no entendí muy bien por qué.

─Sos muy tierna cuando te enojás, ¿sabías?

Le cerré el libro sobre la mano que estaba apoyada entre las páginas. Sus cumplidos, más que halagarme, me hacían enfadar. Sabía que las usaba solo para desviar el eje de la conversación original y no iba a seguirle el juego.

─Me había olvidado de que el humor es un idioma desconocido para los mellizos Grande ─expresó, mientras acariciaba sus dedos enrojecidos por el impacto─. Respecto a tu pregunta, supongo que se me da bien, simplemente, porque me gusta.

─¿Te gusta... estudiar?

─Me gusta estudiar comunicación social ─resaltó las últimas dos palabras.

─Con que ese es tu secreto...

Manu arqueó una ceja.

─No es ningún secreto, Katy. Todos deberíamos dedicarnos a lo que nos gusta.

─De acuerdo, pero... ─Me acomodé en mi asiento, dispuesta a rebatir con un contraargumento sobresaliente─. ¿Qué tal si lo que me gusta es ver películas todo el día?

─Podés convertirte en crítico de cine.

─¿Y si mi afición es hacerme pedicura?

─Vendé fotos de tus pies. Hay muchos fetichistas a los que les podés sacar provecho.

─¿Y si quiero pasar mi vida entera descuartizando unicornios?

─En ese caso, dejaría de convidarte mi hierba porque te está afectando demasiado.

Me crucé de brazos, resignada y más fastidiada que de costumbre. Si había algo que me ponía incluso peor que no tener una vocación en la vida, era no encontrar una excusa para justificarlo.

Manu procedió a apartar los libros a un lado y cruzó sus dedos sobre la mesa.

─Te está pasando algo. Tenés ojeras, arrugas en la frente y más olor a alcohol que lo habitual ─dijo con una libreta y bolígrafo en mano─. Decime, ¿qué te tiene mal?

Así son las cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora