4. El niño prodigio

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KATIA

Kevin salió de su dormitorio, abotonándose una camisa blanca.

─No ─decreté de inmediato─. Da la media vuelta y cámbiate.

─¿Qué tiene de malo?

─Vamos a un bar, no a tocar puertas un domingo a las siete de la mañana para hablar de Dios.

Tras un resoplido, mi hermano acató mis órdenes y fue a revolver su armario, mientras yo me dirigía a abrirle la puerta a Manu. Meón normalmente saltaba a saludar a cualquier persona que se presentaba, pero demostró cierto recelo a la hora de olfatear al recién llegado.

─Sí, amiguito, me descubriste. ─Se apartó del can antes de que pudiera quitarle la pequeña bolsa que escondía en una de sus zapatillas─. Podrías postularte para ser perro policía.

─No le des ideas, que si consigue el trabajo, al primero en delatar será a ti ─bromeé.

─Buen punto. ─Los ojos de Manu se despegaron del perro para aterrizar en mi ropa─. ¿Así vas a ir vestida?

─¿Qué tiene de malo?

─Es que te ves un poco... santurrona.

Le eché un vistazo al atuendo. Llevaba un crop top negro que me permitía exhibir el arete en mi ombligo y unos pantalones oscuros, holgados y engomados. Asimismo, había recogido mi pelo castaño con una coleta alta para dejar al descubierto mis pendientes favoritos.

─Permitime. ─Soltó mi cabello y lo revolvió hasta resaltar la rebeldía de mis bucles. Me sentía algo avergonzada de ellos, pero él los miró con tanta admiración que, por un momento, me olvidé de mis complejos─. Mucho mejor ─aseguró con una sonrisa de satisfacción.

Kevin reapareció en la sala, esta vez, con una blusa estampada con la imagen de One Piece, su anime favorito. Manu también quiso retocar su look quitándole las gafas, pero se las volvió a colocar cuando mi hermano miope chocó contra la pared.

Nos apresuramos a salir porque se nos estaba haciendo tarde. La banda de la novia de Casti iba a tocar en media hora y queríamos llegar antes para conseguir un buen sitio cerca del escenario. Nuestra amiga nos había advertido sobre los admiradores de la agrupación, y en un principio creímos que estaba exagerando, hasta que lo comprobamos con nuestros propios ojos.

La entrada estaba saturada. La gente ni siquiera hacía fila, sino que permanecía aglutinada en la puerta y expresaba su deseo por ingresar entre quejas y resoplidos.

Por suerte, no fue necesario sumarnos a ellos porque, apenas le avisé a Casti por mensaje de texto que habíamos arribado, apareció por una puerta escurridiza y nos invitó a ingresar.

Tardamos unos segundos en reconocerla. Llevaba su cabello oscuro suelto, los ojos delineados de negro y los labios pintados de morado. El escote de su blusa pronunciaba el tamaño de sus pechos, que distraían la atención del pequeño trasero escondido debajo de una minifalda ajustada. No se parecía a la estudiante prolija que acomodaba su cabello detrás de sus orejas y se presentaba en clases sin un gramo de maquillaje.

Bajamos por unas escaleras agrietadas que apenas logramos ver por la poca luz. Quise apoyarme en las paredes para atajarme frente a una posible caída, pero renuncié a la idea al ver un par de cucarachas trepando en ellas.

Al llegar al subsuelo, una cortina de humo interfirió nuestra vista. Sacudí los brazos para apartarlo y me encontré con un salón grisáceo de paredes empapeladas con pósters de grupos musicales y un pequeño escenario rodeado por un público expectante.

Así son las cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora