KATIA
Bajé las escaleras con dos bolsos en mano, una cartera colgada en el hombro y otra sujetándola con los dientes. Abajo me estaba esperando Kevin con la maleta gigantesca y las tres cajas de cartón que yo había empacado. No quería que quedara ningún rastro mío en aquella casa. Incluso guardé los doscientos libros que nunca toqué bajo la promesa de darles una oportunidad.
Había decidido regresar a la ciudad a planear mi viaje. En la residencia Grande era imposible pensar o hablar sobre planes a futuro sin que alguien rompiera las ilusiones con una golpiza de malos deseos. El ambiente urbano, a pesar de su incesante ruido, el vaivén de gente y la petulancia que se filtraba de las cloacas, me transmitía más tranquilidad.
─¿Ya se van? ─preguntó nuestra madre y se acercó junto a Casandra─. Hay alguien que quiere decirles algo antes de partir.
Una cabecita apareció por detrás de ella y volvió a ocultarse.
─Becca, ya te vimos ─rezongué.
La niña salió de su escondite con los brazos cruzados detrás de su espalda, la cabeza gacha y su cabello hacia adelante, cubriendo el rubor que se había explayado por todo su rostro. Avanzó a paso lento, como temiendo que cualquier movimiento fuera de lugar provocara otra pelea, y se posicionó entre Kevin y yo.
─Lo lamento ─susurró.
─Lo sabemos. ─Kevin se agachó para quedar a su altura y levantó su mentón para mirarla fijamente; fue entonces que notamos que sus ojos estaban humedecidos y colorados─. Solo cuéntanos: ¿por qué lo hiciste?
─Porque es una pendeja inmadura ─contesté en su lugar.
─¿Y tú le estás haciendo competencia? ─rebatió con sarcasmo.
Resoplé y posé ambas manos en mi cadera.
─¿Entonces? ¿Tienes un buen motivo o no? ─insistí.
─No sé ─respondió ella y volvió a clavar la vista en el suelo─. Quería que volvieran a casa.
Intercambié miradas desentendidas con Kevin.
─Estoy sola desde que se fueron ─continuó diciendo y succionó sus labios para reprimir el llanto─. Papá nunca está en casa, mamá siempre tiene algún mandado que hacer, y Casandra no para de contarme sobre los mataderos, las vacas y pollitos que mueren... ¡Y yo no quiero que mueran! ─exclamó, dejando escapar el sollozo que tuvo que haber liberado desde un principio.
Ambos miramos a nuestra segunda hermana con una expresión contraída de disgusto.
─¡¿Realmente le hablas de animales muertos?!
─¡Perdón por intentar generar un poco de conciencia en esta familia de carnívoros ignorantes! ─replicó ella.
─Y ustedes, ─balbuceó Becca, cada vez con menor capacidad para modular debido a los pequeños espasmos que la interrumpían─. Eran los únicos que jugaban conmigo y me hablaban sobre cómo es la preparatoria, las fiestas a las que los invitaban y lo mucho que bebían ese zumo amargo que parece agua...
─Bueno, ya entendimos ─intenté detenerla antes de que mi madre comprendiera qué clase de "zumo" estaba describiendo.
─Y me enseñaron la contraseña para meternos a escondidas en el jacuzzi de papá...
─En la biblioteca de papá ─la corrigió Kevin, simulando que no entendía palabra de lo que estaba diciendo, puesto que el rostro de Verónica ya se había tornado en un óvalo rojo, venoso y arrugado─. Becca, nosotros también extrañamos vivir contigo, pero mudarnos fue algo que tuvimos que hacer. Algún día, cuando cumplas nuestra edad, podrás ir a donde quieras y hacer lo que se te plaza.
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Así son las cosas
Teen FictionKevin y Katia están atrapados en una historia de Wattpad y deben sobrevivir bajo la mirada de una escritora que no tiene ni una pizca de empatía o piedad. *** Los mellizos Kevin y Katia nunca fueron los más agasajados, ni los más talentosos, tampoc...