11. En la boca del lobo solitario

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KATIA

─Quiero ordenar una hamburguesa completa con doble cheddar, pero sin lechuga ni aderezos. Le puedes quitar los pepinillos y agregar aceitunas. También te pido una porción de patatas fritas bien crujientes; si llegan blandas, exigiré un reembolso. Y para beber, una cerveza bien, bien fría. Espera, ¡¿qué son estos precios?! ¡¿Acaso cocinan con sartenes de oro?!

Quedé inmóvil con mi lapicera y anotador en mano. Había llegado a escribir solo la mitad de lo solicitado por el cliente.

─Entonces... ¿quiere la hamburguesa o no? ─pregunté, dubitativa.

─Si no la querría, ¿para qué te la pediría?

Decidí retirarme de la mesa antes de aventarle mi libreta en la cara y fui a la barra a comunicar la orden.

─¿Con o sin escupitajo? ─me preguntó el cocinero al notar mi descontento.

─Con ─respondí sin dudarlo y me dirigí a atender otras mesas.

En una de ellas, estaba sentado Manu.

─¿Cómo anda mi persona favorita? ─exclamó con efusividad.

─Olvídalo, no te invitaré un trago.

Sus brazos, hasta entonces estirados hacia arriba, bajaron en un santiamén.

─Qué ofensivo, Katia. Yo solo estoy acá, como amigo, para acompañarte en tu dura jornada laboral. ¿Cómo me creés capaz de aprovecharme de vos?

─Porque ya lo has hecho antes y mis colegas comenzaron a notarlo.

─Uh, qué poco me duró la joda.

Sin siquiera esperar una invitación, y mucho menos la autorización de mi jefe, aterricé en la silla desocupada a su lado y me estiré sobre la mesa. Estaba agotada, había pasado horas atendiendo gente estúpida y sentía que no tenía más motivos para soportarlo.

Bueno, en realidad, tenía un solo motivo y se presentó en ese preciso instante sobre el escenario. Debí haber mirado a Félix con demasiada intensidad mientras tocaba su flauta junto al resto de la banda, porque Manu no tardó ni una canción en darse cuenta de ello.

─¿El flautista de Hamelín? ¿En serio? ─desairó.

Me incorporé de inmediato.

─¿Qué dices?

─Mirá, Katy, odio ser yo quien te lo diga, pero no sos nada disimulada. Se te nota cuando estás por perder la cordura y la ropa interior.

─¡Oye! ¡Estoy bien cuerda!

─Entonces, ¿no negás lo de la ropa interior?

Esquivé su mirada sugerente y la volví a dirigir al escenario. Era cierto: Félix había logrado captar mi atención. En primer lugar, me parecía muy atractivo; tenía esa aura de "chico misterioso" que despertaba la curiosidad de todos. Además, contaba con algo que yo creía que jamás conseguiría: talento.

Nicole, tú me has creado. Podrías adjudicarme alguna habilidad, ¿cierto?

Te adjudiqué una habilidad: la de hacerlo todo mal. Eso no lo logra cualquiera.

Empezaré a repartir mi currículum en otras historias de Wattpad si sigues fastidiando.

─Digámoslo de esta manera: Félix no es una persona a la que echaría de mi cama ─admití.

─¿Entonces por qué no lo invitás?

─¿A dónde?

─A tu cama.

Así son las cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora