KATIA
Salí del dormitorio de Félix a paso lento, intentando digerir la noticia. Mi mano seguía aferrada al móvil que hacía instantes me había comunicado con Kevin. Sin darme cuenta, llegué a la sala de estar, plasmando en mi rostro la incredulidad que me inspiraba toda aquella situación surrealista.
Sentí una mano tocándome la espalda, y no fue hasta entonces que concentré la vista en otra cosa que no fuera el suelo. Me percaté de que Manu estaba delante mío moviendo los labios. Me hablaba, pero yo no podía oírlo. Félix también se acercó y me inspeccionó a cuerpo entero. Apoyó su mano en mi frente para corroborar si tenía fiebre, y luego la deslizó hacia mis mejillas.
─Giovanni. ─Fue lo único que pude formular, y con ello se me destaparon los oídos para escuchar al ofendido Félix replicar que no era ese su nombre─. Tengo que llamarlo ─agregué y acerqué el móvil a mi rostro, pero la mano me temblaba tanto que no me permitía fijar mis dedos sobre el teclado.
─¿Para qué necesitás a Giovanni? ─interrogó Manu.
¿Necesidad? No había una. Eran solo ganas de mandarlo a la mismísima tarawapa. Lo único que podía salir de mi boca en aquel momento eran puros insultos, injurias, malos deseos y suplicios para que el todopoderoso le partiera un rayo en la cabeza. El enojo reforzó mis músculos a medida que se me iban ocurriendo otras atrocidades que le deseaba al italiano.
De repente, dejé de temblar. Mis dedos se estiraron con firmeza y lograron marcar el número de teléfono. Me mordí el labio inferior a presión, provocando un leve sangrado que fui succionando durante la espera. Después de unos segundos que se prolongaron como si fueran horas, escuché una voz familiar del otro lado de la línea:
─¿Ciao?
─Escúchame bien, Mussolini contemporáneo: te conviene liberar a mi hermano en menos de cinco minutos porque sino me aseguraré de que la Torre de Pisa se desplome sobre ti, te lanzaré al agua cual moneda en la Fontana de Trevi y te hundiré como la ciudad de Venecia. Y créeme, pedazo de pizza sin queso, que ni el Papa, ni ningún otro miembro del Vaticano podrán rezar lo suficiente para salvarte.
─¿Katia?
─Prefiero identificarme como "la persona que te hará la vida imposible si no acatas a sus órdenes".
─¿Che succede?
─¡Sabes muy bien qué sucede!
─Nosotros no y nos encantaría saber ─interrumpió Manu, pero le advertí que si no mantenía silencio le aseguraría el mismo futuro que le había predicado al italiano.
─¡Déjalos ir! No me importa cuán resentido estés con Olivia, ni ella ni mi hermano merecen estar maniatados en el corazón del océano ─seguí vociferando al teléfono.
─¡Oh, mamma mía! ─me ensordeció el grito de Giovanni─. Lo solucionaré, Katia, lo prometto.
Alcé una ceja. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué actuaba como si no supiera nada del secuestro? Quise preguntárselo, sospechando que quizás había dicho lo último con sarcasmo, pero los constantes resoplidos que él expulsaba me dieron a entender que estaba nervioso, por no decir desencajado.
─Más te vale. Yo misma me aseguraré de eso ─concluí y corté la llamada.
Me dirigí a la puerta del departamento, escoltada por los dos chicos que estuvieron con los oídos pegados a mi teléfono.
─Te acompaño ─decretó Félix─. Manu, cuida de Meón.
─¿Por qué justo yo tengo que quedarme?
ESTÁS LEYENDO
Así son las cosas
Teen FictionKevin y Katia están atrapados en una historia de Wattpad y deben sobrevivir bajo la mirada de una escritora que no tiene ni una pizca de empatía o piedad. *** Los mellizos Kevin y Katia nunca fueron los más agasajados, ni los más talentosos, tampoc...