10. Prueba de supervivencia

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KEVIN

Había llegado el momento más temido por Katia y por mí, un día que intentábamos postergar a toda costa: la reunión familiar. La visita de mis padres y cuatro hermanos definiría nuestra reputación: nos podrían coronar como independientes y capaces, o como el par de inútiles que siempre nos creyeron ser.

Cuidamos hasta el más minucioso detalle para la ocasión: limpiamos el apartamento, planchamos la ropa, bañamos y cepillamos a Meón, y perfumamos el ambiente con los inciensos que Manu se había olvidado la última vez que nos visitó.

Desplegamos un mantel sobre la mesa y colocamos la vajilla nueva, color blanco con detalles florales en dorado, algo tan bello que daba pena ensuciarlo con la carne grasosa que habíamos cocinado; y con "cocinado" me refiero a "encargado a domicilio". Preparamos una variedad de ensaladas y puré de patatas. Por último, con sudor y lágrimas, compramos el vino tinto más costoso que encontramos.

El timbre sonó a las ocho de la noche. Katia acomodó su blusa, estiró la falda y se peinó con los dedos antes de atender y recibirlos con una enorme sonrisa forzada.

─¡Tanto tiempo! ─exclamó y extendió los brazos a los costados.

Becca, de nueve años, pasó por debajo, estirándose hacia atrás como si estuviera jugando al limbo. Odiaba las muestras de afecto.

Mi madre, Verónica, respondió al abrazo de Katia con cierta delicadeza para mantener la prolijidad de su apariencia. Tenía puesto un vestido entallado negro, su cabello rubio recogido con un rodete impecable, sin ninguna cana infiltrada o mechón suelto, y sus ojos celestes resaltados con delineador.

Dato curioso: Katia y yo éramos los únicos entre mis hermanos que no teníamos cabello rubio ni ojos claros. Los demás, llevaban al menos una de esas dos cualidades. Si eras muy afortunado como el mayor de todos, Jonathan, heredabas ambos y, con ellos, miles de ofertas de modelaje y la altivez para rechazarlos.

No digo que únicamente las personas con esas características sean atractivas, solo que me hubiera gustado parecerme más a mi madre que a mi padre, poseedor de unos ojos oscuros semejantes a dos pozos cavados en su rostro y un pelo castaño que parecía haber sido quemado en un incendio.

Jonathan me recordaba lo injusta que había sido la genética conmigo. No era solo el más guapo, sino también el más inteligente y aplicado. Se graduó como cirujano a muy temprana edad y, luego, completó sus estudios en medicina forense. Además, estaba casado con Victoria, una abogada penal igual de bella, y juntos parecían los príncipes de Inglaterra. Con todo ese historial, era difícil quitarle el trono.

─Buenas noches, Kevin ─me saludó con su voz grave y profunda. Es por ello que comencé a apodarlo -a sus espaldas- Johnny Bravo.

A diferencia de Katia, no sabía fingir una sonrisa. Mis labios comenzaban a vibrar y se me transformaban en una mueca chueca. Procedí a saludarlo con el apretón de manos que él acostumbraba a dar, porque un simple abrazo era mucho pedir para el señor recto-y-correcto.

Eso era tarea para Richi. Con él nos llevábamos solo dos años de diferencia, por lo tanto, éramos más cercanos que con cualquier otro.

─¡Cuatro ojos! ─exclamó al verme, mientras me despeinaba─. ¿Cómo te trata la universidad? ¿Los exámenes? ¿Ya conociste alguna chica? Y hablando de chicas: ¡menos mal que terminaste con Lara, está loca de remate! El otro día, la vi regañando al verdulero porque los espárragos no estaban lo suficientemente largos. Y hablando de verduras, ¿puedes pedirle a Casandra que deje toda esta idiotez del veganismo?

─¿Eres vegana? ─le preguntamos Katia y yo al unísono a nuestra hermana de dieciséis años.

─Hace dos meses. Les había dicho ─gruñó ella y espió el platillo de carne sobre la mesa─. Supuse que se olvidarían, por eso traje mi propia vianda. ─Y sacó de su bolso un envase de plástico con lo que parecía ser una mezcla de legumbres, verduras asadas y otras cosas asquerosas.

Así son las cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora