14. El personaje secundario

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KEVIN

─"Procura coquetearme más, y no reparo de lo que te haré, procura ser parte de mí, y te aseguro que me hundo en ti" ─cantaba Casti a todo pulmón, sujetando el control remoto a modo de micrófono y siguiendo la letra que corría por la pantalla del televisor─. ¿Soy yo o estas canciones son increíblemente machistas? ─dijo durante la pausa entre el estribillo y la segunda estrofa.

─¿Qué esperabas? Este karaoke es de hace veinte años. ─Cris espió el repertorio plasmado en el reverso del DVD─. "La Macarena", "El Tiburón", "La vida es un carnaval"... ¡¿Por qué todo está en español?!

─¿Será porque son "Los hits más candentes de Latinoamérica"? ─leyó Rocco el título que se desplegaba arriba de la lista.

─¿"Candente"? No entiendo qué tiene de candente. Yo no me siento candente. ¿Tú te sientes candente, Casti?

─¿Ahora, por ti, mientras te quejas de todo? No precisamente. ¡Ya sé que canción poner! ─Casti presionó un botón del control remoto y comenzó a sonar "El baile del perrito" de Wilfrido Vargas─. ¡Ven a bailar conmigo, Meón!

El can se despegó del regazo de Nadia y se sumó a la única chica que danzaba en el comedor. Sus movimientos no eran para nada seductores, pero mi mascota, al parecer, les encontró cierto encanto porque al instante se colgó de su pierna y comenzó a agitar la pelvis para adelante y para atrás.

─No es esto a lo que me refería ─balbuceó ella y se sacudió para quitárselo de encima.

Un trote veloz sobre las escaleras llamó nuestra atención. Era Manu que, mientras descendía al comedor, llamaba por mi nombre para que me acercara a conversar en privado.

─Deberías hablar con tu hermana ─disparó en cuanto nos arrinconamos.

Le eché una mirada desentendida, pero en el momento que escuché un chillido desde una de las habitaciones, corrí hacia arriba. Seguí el rastro del sonido hasta llegar al dormitorio de Katia. Esquivé las maletas echadas en el suelo y fui al tocador, en cuyo interior rebotaba un ruido quebrado. Tardé en asimilar que se trataba de un llanto. Mi hermana nunca lloraba.

Empujé cuidadosamente la puerta, procurando no alterarla con mi sorpresiva aparición, pero no pudo verme porque su cabeza estaba hundida entre sus piernas dobladas contra su pecho. Me puse de cuclillas y, cuando comencé a acariciarle la espalda, ella desenterró su rostro. Solo entonces pude comprobar lo que sospechaba: cataratas de lágrimas caían por sus mejillas y desembocaban en el mentón hasta resbalar y aterrizar en su ropa. Las secó con las mangas de su blusa, pero nada logró quitar las líneas negras provocadas por el delineador disuelto que trazaban su semblante.

─¿Quieres contarme? ─pregunté y le extendí el rollo de papel higiénico.

Katia desenvolvió algunos pedazos de papel y se sopló la nariz.

─Es que... ─comenzó diciendo, pero el llanto la invadió otra vez.

Me senté a su lado y comencé a acariciar su cabello.

Decidí quedarme con la duda. Sabía que ella no iba a querer desahogarse, pedirme ayuda ni soluciones. Las palabras sobraban. A veces, la mejor manera de sobrepasar tanto ruido era hacerlo en silencio.

***

Al amanecer, los huéspedes de la cabaña comenzaron a despabilarse. Nadia y yo fuimos los primeros en despertar gracias a los lengüetazos de Meón y nos dirigimos al comedor para preparar el desayuno. Mientras yo tostaba el pan y ella se encargaba de la bebida caliente, le conté sobre lo sucedido la noche anterior. No supe describir con exactitud qué le había sucedido a mi hermana, pero Nadia pareció entenderlo a la perfección. De todos modos, calló sus explicaciones y me tuve que quedar, una vez más, con la intriga.

Así son las cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora