14. Shoganai

922 142 8
                                    


KEVIN

Olivia se quitó los audífonos y se acomodó en su cama al verme apoyado en la puerta de la habitación. Había ingresado hacía cinco minutos y me quedé observándola tararear una canción con los ojos cerrados, hasta que los abrió y dio un sobresalto por mi sigilosa llegada.

─¿Se divirtieron? ─preguntó por mi reciente salida con Nadia.

"Diversión". ¿Así definiría yo una tarde con mi exnovia y sus infinitas teorías conspirativas acerca del Kevin-manía? ¡Claro, me resultó hilarante que Nadia contara lo que opinaba sobre mí como si fuera un creepy-pasta! "Eres fanático del orden, haz perdido la cabeza por preocuparte demasiado por tu hermana y por volar kilómetros por una persona que ni te dará la hora". ¡Uy, sí, qué miedo! ¡Huyan de este monstruo!

─¿Te encuentras bien? ─Olivia seguía mirándome con sus enormes ojos curiosos.

─Fenomenal. ─Dejé escapar el sarcasmo y me apoyé contra la puerta─. Al parecer, Nadia adora los mitos urbanos. Me contó miles de ellos.

─¿Como cuáles? ─se entusiasmó ella. No había descifrado el enfado en mi voz. Reacomodó su almohada, meció la espalda en ella, y esperó cual niña que deseaba escuchar un cuento antes de dormir.

─Como que tú me gustas.

¡Tarawapa! Lo había dicho demasiado rápido. Me detuve a pensar: «¿Cuánto tiempo de ventaja hay que darle a una persona antes de lanzar este tipo de confesiones?». Luego me pregunté: «¿Confesiones? ¿Eso es lo que es? ¿Estoy confesando una verdad, o reproduciendo la suposición desacertada de Nadia?». Y eso derivó a: «¿Estuvo realmente desacertada?».

Una ensalada rusa de pensamientos se formó en mi cabeza.

¿Ensalada rusa?

Sí, porque sentía que mi desesperación estaba tapando mi sensatez como la mayonesa tapa las arterias.

Excelente metáfora. Merecemos un Premio Nobel de Literatura.

Olivia se retorció entre las sábanas. Por debajo de la manta, bisbiseaban sus dedos rasguñando ligeramente el colchón, como yo rasgaba la arena en la playa cuando me rehusaba a entrar al mar.

─Joder, Kevin, yo esperaba escuchar algo como Pie Grande o Slenderman ─murmuró.

─Perdón, no sé de qué estoy hablando. ─Refregué mi rostro con ambas manos, esperando despabilarme de lo que yo deseaba que fuera una mera pesadilla─. Suena ridículo, absurdo, patético...

─Conozco los sinónimos de "ridículo" ─me detuvo Olivia y se asomó el borde de su cama para estirar las piernas al suelo─. ¿Hay un "pero"?

─Pero... ─recalqué, aún observándola desde el lado contrario del dormitorio─, Creo que es cierto.

Olivia hundió las manos entre sus piernas para acalorarlas. Aún estando separados por dos camas, pude ver su piel erizarse cual puercoespín, y temía que si me acercaba, dispararía las púas. Pensé que la noticia le alegraría; después de todo, fue ella quien se confesó primero, y supuse que le gustaría que yo hiciera lo mismo. Pero sus pies, que se columpiaban inquietos, y sus ojos, que apuntaban a cualquier dirección menos a la mía, me dieron a entender que no lo recibió como una grata sorpresa.

─¿Por qué lo dices como si fuera un problema? ─descargó finalmente y, esta vez, se atrevió a lanzarme una mirada cruda.

Medité la respuesta. Sabía que cualquier cosa que dijera podría ser utilizada en mi contra. Ya me había convertido en un experto en decir lo más inapropiado en el momento menos oportuno. «¡Que alguien me saque de este aprieto!», supliqué en mis adentros.

Así son las cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora