8. Al estilo Hollywood

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KEVIN

No se dejen engañar por mis lentes, estaba lejos de ser el nerd que aparentaba. Odiaba estudiar y siempre encontraba alguna excusa para evadir mis responsabilidades académicas.

Y Nadia se había convertido en la mejor de todas.

Desde que nos conocimos en aquel encuentro desafortunado-vergonzoso-inoportuno (inserten aquí todos los adjetivos para describir el peor momento de mi vida), no dejamos de cruzarnos en el parque. Debo admitir que no fue casualidad; había memorizado el horario de su llegada y reacomodado mi itinerario de trabajo para toparme "accidentalmente" con ella.

Llámenme loco-obsesivo-maniático (inserten aquí todos los adjetivos para describir mi comportamiento anormal), pero había dado resultado. Tras el tercer "encuentro casual", me entregó su número de teléfono, y en el quinto, la invité a salir.

La primera cita fue... poco convencional. Había planeado algo grande, extravagante, al estilo Hollywood: vestiría el esmoquin negro que había usado en la quinceañera de Katia, reemplazaría mis gafas por lentes de contacto y, con los bolsillos repletos de billetes de cinco dólares, pasaría a recoger a Nadia en una limusina para llevarla a una cena romántica a la luz de las velas en un restaurante de lujo.

Pero, tal y como sucede en las películas, nada de esto ocurrió acorde a lo planeado. Para empezar, mi esmoquin me quedaba ajustado porque la última vez que lo usé había sido hacía tres años, y las lentes de contacto me provocaban ardor en los ojos.

Otro problema fue el carro: después de averiguar el costo de alquiler de la limusina, me vi obligado a rogarle a Manu para que me prestara su automóvil de segunda mano. Las puertas chirriaban al abrirlas, las ventanillas estaban impregnadas de polvo, y tuve que girar las llaves tres veces para prender el motor.

El estéreo se encendió junto a él y delató la hora. ¡Estaba llegando tarde! Pisé el acelerador y corrí por las calles de la ciudad antes de alcanzar a escuchar lo que Manu me gritó por detrás.

Arribé a destino quince minutos después con mi rostro y atuendo sudados. Allí estaba Nadia, con su cabello castaño ondulado y un vestido acampanado bordó. Lucía hermosa, pero no tuve tiempo para apreciarlo porque tuve que salir corriendo al verla regresar a su apartamento.

─¡Aquí estoy! ─grité, agitando los brazos en el aire.

Nadia rio, no supe si de mi reacción, del carro o del esmoquin, pero logró aliviarme lo suficiente para recuperar la respiración, guiarla al vehículo y emprender viaje rumbo al restaurante.

─¿Quieres algo de música? ─le ofrecí y presioné el botón del estéreo.

El aparato no respondió. Intenté nuevamente. Nada. La transpiración volvió a correr por mis brazos.

─Puedes cantar ─sugirió ella con una sonrisa tierna, pero malévola a la vez.

─Canto pésimo.

─Estoy segura de que sí, pero será entretenido.

─Eres perversa ─bromeé ─. De acuerdo, acepto el desafío, pero solo si cantas conmigo.

Ella aceptó el reto con una encogida de hombros y consultó:

─¿Qué sueles escuchar?

Era una pregunta peligrosa. Responderla implicaba arriesgarme a ganar la reputación de un fenómeno. Tragué saliva. Estaba a punto de revelar uno de mis lados más oscuros. Tomé aire, cerré los ojos para apaciguar el miedo, los volví a abrir al recordar que estaba conduciendo, y respondí:

Así son las cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora