13. Dando vueltas

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KEVIN

La noche nos recibió con una calidez envolvente y atípica a la temporada de invierno, que solía molestarnos con chubascos diarios y ráfagas de viento heladas. Decidí disfrutar la ocasión y me senté en el porche junto a Nadia. Ella apoyaba la cabeza sobre mi hombro y yo mantuve entrelazada mi mano derecha con la suya, mientras que con la izquierda le señalaba las macetas que adornaban nuestro alrededor.

─Solandra ─le presenté una flor amarillenta cuyos tallos se enmarañaban en forma de una trompeta─. Es una planta afrodisíaca, y se dice que genera un deseo sexual tan excesivo que puede terminar matando a la persona que la use.

─Menos mal que nosotros no la necesitamos ─me susurró al oído.

─Menos mal que tenemos una habitación propia ─respondí y me acerqué a sus labios.

Algo que adoraba de Nadia era su manía de sonreír cuando nos besábamos. Mientras yo estiraba mis labios hacia adelante, ella los extendía a los costados. No lograba contenerlo y pedía disculpas cada vez que lo hacía, pero no me molestaba en absoluto. Al contrario, sentía un confort instantáneo porque, a través de aquella mueca, podía distinguir sus nervios, entusiasmo y excitación simultáneas; significaba que estaba igual de feliz conmigo que yo con ella.

─¿Y cuál es esta? ─preguntó por una flor rosada que contenía un pequeño círculo rojo en el centro de donde brotaban dos pequeñas antenas doradas.

─Es el Hibisco, también conocido como la Flor del Beso. ─Me asomé para continuar por donde habíamos dejado.

─¿De veras? Se parece más al trasero de un mono.

Liberé una carcajada retumbante, sin percatarme de que le había escupido, pero a ella no pareció importarle porque al instante se sumó a mi risa desaforada.

─¡Cállense, despertarán a los lobos! ─nos exclamó Casti desde la ventana del comedor.

Nadia logró tranquilizarme con otro beso. ¡Menos mal que Katia no estaba viendo aquella escena porque seguro nos habría volcado encima un balde de agua fría!

─Sabes mucho de botánica ─reconoció ella, refugiándose debajo de mi brazo y apoyando su cabeza en mi pecho─. ¿Por qué te resulta tan fascinante?

─Porque lo es ─respondí con simpleza─. Son seres que cumplen un rol desventajoso en el círculo de la vida sin quejarse ni resistirse. Nadie se percata de su importancia, no las celebran ni reconocen su potencial. Aun así, florecen, resurgen de la tierra más coloridas que nunca. No les guardan rencor a aquellos que alguna vez cortaron sus tallos o pétalos; continúan fieles a su función, cediéndole al hombre el aire que necesita para recuperar sus fuerzas y seguir dañándolas.

Nadia alzó la mirada hacia mi mentón sin despegarse de mi torso.

─Eso fue profundo y muy... personal ─señaló con extrañeza.

Me moví con inquietud. Lo que dije fue algo que siempre merodeaba en mi cabeza, pero nunca se me ocurrió ponerlo en palabras. Por suerte, Casti me salvó de ese momento embarazoso.

─¡Todos adentro! ¡Rápido, rápido!

La anfitriona había planeado una noche especial de juegos para todos sus huéspedes. Era por eso que, al entrar a la cabaña, Nadia y yo nos encontramos con los demás sentados circularmente en el suelo con una flauta en el centro.

─¿Y esto? ─pregunté.

─"La botellita" ─respondió Casti con un guiño.

─¿Acaso tenemos nueve años?

Así son las cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora