27. Más allá de las fronteras

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KEVIN


─¿Pasaje?

─Lo tengo.

─¿Pasaporte?

─También.

─¿Maletas?

─Voy de mochilera, Kevin.

─Cierto. ¿Dinero?

─Ni un centavo, pero sobreviviré.

─Ten. ─Le entregué un fajo de billetes, pero Katia lo apartó de su vista.

─No aceptaré dinero de ti. Es algo que tendré que solucionar por mi cuenta. Recuerda cuál es el objetivo de este viaje.

─¿Vagabundear por ciudades desconocidas muriéndote de frío y hambre, y terminar pidiendo limosnas en la calle en vez de aceptar las que te entrega tu hermano?

─Respuesta incorrecta. Intenta de nuevo.

─"Encontrarme a mí misma" ─recité lo que ella repitió hasta el cansancio durante las últimas semanas.

Me detuve a echarle un vistazo alrededor, a las personas arrastrando sus equipajes, las azafatas desfilando con sus elegantes trajes y esos tacones altos que seguramente eran todo un desafío llegadas las turbulencias, las carteleras de vuelos colgadas por doquier, familiares y amigos que se reunían en torno al pasajero para despedirlos entre abrazos, besos y pañuelos húmedos...

Me solían gustar los aeropuertos, representan el inicio de una nueva aventura. Allí dentro se respiraba un aire tan amplio como la cantidad de sorpresas que se podrían encontrar llegado a destino. Pero, en ese preciso momento, lo odié. Katia pronto abordaría un avión hacia Asia y yo me quedaría, por primera vez en dieciocho años, solo.

─Aún no entiendo por qué tienes que irte tan lejos para "encontrarte a ti misma".

─Porque ver el mundo me demostrará la infinidad de posibilidades que existen para mí. Las fronteras limitan, Kevin, no me permiten ver más allá de mi propia realidad.

─¿Quieres decir que no regresarás?

─¡Claro que lo haré! Pero volveré con respuestas.

Me dedicó una sonrisa conciliadora pues, por más de que yo no lo admitiera, estaba deshecho con la decisión que había tomado y ella pudo leer la aflicción escondida detrás de mi semblante impasible.

─¿Qué será de Félix? ¡Está tardando mucho! ─interrumpí el momento emotivo; ya habíamos tenido suficiente de esos los días anteriores.

Nos asomamos al quiosco en el que había ingresado hacía media hora y lo encontramos inmóvil frente al estante de chocolates. Le pedí a Katia que aguardara unos minutos y me dirigí a él.

─¿Qué pasa? ─le pregunté cuando distinguí su mirada perdida vagando entre los dulces.

─Hay tantos sabores... ─murmuró Félix tras suspirar─. No sé cuáles le gustan a ella.

─Detesta los de menta, dice que saben a dentífrico. Puedes escoger el blanco con almendras o el de frambuesa.

─Yo debería saber todo esto...

─Presiento que el chocolate no es el verdadero problema.

Félix alzó la cabeza como quien intentaba retener las lágrimas dentro de sus ojos. Me pareció una manera absurda de evitar el llanto. Las gotas siempre terminan cayendo.

Así son las cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora