CAPÍTULO XXVII: DEDOS

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-Merlina, por favor, Merlina, tomemos un descanso. -gimió Enid con pesadez.

-Mi adorada Enid, mi amor eterno, aún no has terminado. -le respondió con aire caliente en el oído mientras lo mordía. -Además, acabamos de empezar nuevamente.

Enid ahogó un gemido, los dedos de Merlina eran más firmes e impacientes. Después de la segunda vez, las demás volvieron a Merlina más diestra en su desempeño sexual. Enid por su parte, con cada ronda, se sentía cansada pero feliz, como si fuera un ejercicio liberador. Aunque al inicio todo era excelente, ahora el cuerpo le pesaba demasiado: sus piernas temblaban, su garganta comenzaba a arder, sus ojos apenas se mantenían abiertos y el cuerpo en general le dolía cansadamente.

-No puedo más, Merlina. Estoy exhausta, siento que-

Enid de pronto vio todo oscuro y su cuerpo se relajó por completo. Merlina se alejó asustada y preocupada, ya estaba por checarle el pulso cuando unos leves ronquidos le apaciguaron el miedo. Enid se había quedado dormida.

Admiró el cuerpo desnudo de su novia, la luz azul cobalto impedía detallar adecuadamente la piel de Enid, así que la tonalidad se volvió blanquecina. Merlina trago saliva de remordimiento como satisfacción: marcas de mordidas, chupetones y caminos de uñas empezaban desde el cuello de Enid y bajaba por las clavículas, pechos, vientre, entrepierna, muslos y terminaban en los gemelos. La imagen de Enid cubierta con aquellas marcas de propiedad, dejó sin aliento a Merlina, cerrando los ojos de mortificación ante la idea de hacerle el amor nuevamente, la tapó con cuidado de no faltarle el respeto mientras dormía.

-Y aun sigo hambrienta de ti, Enid. -gruñó desesperada.

Pasó la mano por su cabello, esperando encontrar autocontrol, fue entonces que se dio cuenta de sus propias marcas. Enid le había dejado mordidas profundas en los hombros, base del cuello como heridas de garras que iban desde los omóplatos hasta las caderas.

-Joder, Enid, eres muy apasionada. -dijo riéndose mientras cubría su cara con la mano. -¿Ah?

Marcas de dientes en sus dedos saludaron con incómodo gesto de alguien que se sabe ignorado. Los miro con sorpresa grata y les paso la lengua con ojos cerrados. No podría dormir, no con esa cantidad de energía y deseo. Se puso la camisa y salió de la tienda de acampar, el frío de la noche le aplacaría la calentura. Con cuidado cerró, los fuegos fatuos se convirtieron en dos enormes lobos de aspecto tenebroso y gruñeron mirando a su creadora. Sabían su misión, así que se dividieron para cuidar a Enid, dando rondines cautelosos.

Merlina comenzó a caminar, tal vez podría hablar con Tyler un poco, había visto que se había marchado al este, estaba calculando la distancia que pudo contemplar el chico cuando el sonido de música reproducida en volumen alto en auriculares la fue guiando. A unos ochenta metros, la música se intensificó pero no había ninguna tienda de acampar puesta o alguien durmiendo en la base del árbol. Alzó la vista, Tyler la miraba con una ceja alzada burlona, se quitó el auricular y bajó de un brinco perfectamente calculado. En cuanto tocó el suelo, Merlina lo recibió con una mano en el cuello de la chaqueta y lo empujó contra el árbol.

-Ni una palabra a-

-No le diré a nadie, lo sabes. -le interrumpió ladeando la cabeza con aburrimiento. -Además es típico que a esta edad tengamos las hormonas al tope.

Merlina alzó la ceja curiosa, negándo a caer en la tentación del chisme, lo soltó con gesto aplacado. Tyler se acomodo las ropas y se estiró como si fuera un gato que de mala gana se levanta a caminar.

-¿Y? ¿A qué debo tu visita a las cuatro de la mañana?

-No has puesto la tienda.

-Estoy acostumbrado a dormir a la intemperie: oculto, en guardia y siempre alerta por cualquier peligro.

LUNA ROJA: INHERENTE AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora