Objetivo

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Llamo al timbre y mientras espero que abra aprovecho para hacer un par de respiraciones profundas y recuperar el aliento. La carrera de vuelta me ha dejado destrozada.
—Tú otra vez —dice a modo de saludo.
—Eh, sí, hola. Creo que te han traído un paquete hace un rato...
Sin decir nada y dejándome con la palabra en la boca, se mete dentro de casa. Al menos tiene la decencia de no cerrarme la puerta e imagino que habrá ido a buscar el objetivo. Después de unos segundos que se me hacen eternos, vuelve a aparecer con una pequeña caja entre sus manos.
—Mira... Marta —dice observando el nombre que aparece en la etiqueta—, esta vez lo he recogido por educación, pero no soy tu mensajera.
—Yo no soy... —digo tratando de corregirla.
Pero antes de que pueda terminar mi frase, pone cara de aburrimiento y me cierra la puerta en las narices.
¡Pero quién se piensa que es esta tía!
Me marcho a casa de mala leche y lanzo el objetivo sobre la encimera de la cocina. Mejor me doy una ducha antes de que la nueva vecinita me arruine el día entero.
Cuando salgo, ya más relajada, me pongo un short y un top de deporte. Para ser septiembre sigue haciendo un calor horrible.
Escucho llaves trastear la puerta y veo a Marta entrar como un torbellino.
—Dime que lo tienes
—Hola a ti también, guapa —le digo con cierto retintín.
—Chica, ¡qué humor! —se queja con razón; y observando el paquete en la cocina añade—, bueno parece que conservas tu buena intuición, la vecina no es ladrona de objetivos.
—Pues yo no lo tengo tan claro, no será ladrona, pero es una estirada de cuidado y una borde y... ¿a dónde vas? —le pregunto viendo como abre la puerta y se dispone a salir—. ¡Marta!
—Hey, hola, qué casualidad, iba a buscarte precisamente —la escucho parlotear—. Soy Marta y quería darte las gracias por haber recogido el paquete. No suelo abusar así de los vecinos, pero Luz no estaba y yo tengo una sesión importantísima esta tarde.
Ante la mención de mi nombre, la chica mira por encima del hombro de mi prima hasta localizarme y si no fuera porque me ha demostrado en dos ocasiones lo seca y arrogante que es, juraría que se ha sonrojado un poco.
—Tranquila, no ha sido ningún esfuerzo —le contesta con una sonrisa educada—, las mudanzas tienen eso, que estás mucho en casa vaciando cajas.
—Sé de lo que hablas, yo estuve dos semanas hasta tenerlo todo listo.
—¿Dos semanas? —exclama sorprendida haciendo un mohín—. Eres genial animando a la gente.
Marta suelta una carcajada ante su dramatismo y a ella la veo sonreír por segunda vez.
—Bueno, si te sirve de consuelo, Luz logró hacer la mudanza en dos días —añade divertida—. En serio, me has salvado el trabajo, si necesitas cualquier cosa, estamos en la puerta de enfrente.
—De momento estoy bien, pero gracias, lo tendré en cuenta —responde con cara de no haber roto un plato—. Por cierto, soy Ainhoa.
—Encantada Ainhoa —suelta con su habitual gracia caminando de vuelta a casa—. Solemos tener cerveza por si te animas algún día.
Lo intento, juro que lo intento, pero tras esa invitación de Marta y su cuarta sonrisa, no puedo aguantar un soplido de indignación. ¿Qué pasa que es un encanto con ella y conmigo un ogro? ¿Pero qué le he hecho yo?

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora