Buenos días

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—27—

Cuando suena el despertador, me pesan los párpados demasiado, así que intento apagar el molesto sonido buscando a tientas por la mesita. Como no encuentro el teléfono, me veo obligada a abrir un ojo para situarlo, pero al entrever una lámpara color mostaza, me despejo enseguida.

Miro a mi izquierda y la cama está vacía así que me dejo caer de nuevo contra el colchón con un sonido frustrado.

Son las siete de la mañana, ¿dónde diablos está esta mujer?

El sonido de la cisterna del baño y la puerta abriéndose me dan la respuesta que necesito y Ainhoa aparece con una sonrisa adormilada.

—Buenos días, Luz.

Me levanto y empiezo a caminar en su dirección. Tengo que ponerme de puntillas para darle un corto beso en la mejilla ya que descalza, nuestra diferencia de altura se acentúa y puedo percibir un cierto olor a menta.

—Buenos días, guapa —contesto dándole una palmada en el culo antes de encerrarme en el baño.

—Oye, ¿dónde están los abrazos de los de Toledo cuando se necesitan?

Escucho su queja divertida desde este lado de la puerta y no puedo evitar sonreír yo también porque Ainhoa es una tía más bien seria, pero cuando quiere es muy payasa.

Una de las ventajas de ser vecinas es que pude acercarme a casa a coger un par de cosas de aseo personal, así que me lavo los dientes antes de volver a sacar la cabeza por la puerta.

—¿Puedo darme una ducha?

Levanta la vista de la pantalla de su móvil y me mira fingiendo pensárselo mucho.

—Con una condición —comenta dando un par de pasos hacia mí.

—¿Cuál?

—Que me des un beso —suelta apoyando el hombro en el marco de la puerta.

Me acerco sin dudarlo y le rozo los labios de una forma muy superficial. La veo cerrar los ojos con cierta frustración antes de enfocarme de nuevo.

—Eso sólo te da derecho a agua fría.

Y no puedo evitar reír ante su comentario, pero ella me devuelve un gesto serio para darle más fuerza a su afirmación.

Si llego tarde, Fina va a matarme y sé que Ainhoa en versión juguetona tiene un peligro demasiado grande, pero está tan guapa así con su pose despreocupada que tengo que rendirme.

Le cojo la cara con las manos y apreso sus labios con lentitud. Los resigo con la lengua antes de buscar la suya, acariciarla y enredarnos con muchas ganas.

Me separo con la respiración un tanto acelerada.

—¿Me he ganado ya la caliente?

Me hace un sonidito de afirmación con la boca y me deja ir en silencio pero con una mirada cargada de intensidad.

Igual es su forma de lanzarme la pelota a mi tejado porque lleva desde que nos hemos despertado buscándome y yo haciendo la idiota para alejarla.

Supongo que su actitud tiene que ver con su pasado, pero lo cierto es que siempre se ha preocupado de que yo estuviera de acuerdo en todos los pasos que ha dado, dejándome espacio para decidir, sin invadir ni presionar.

Enciendo el grifo y el agua caliente sube de golpe la temperatura de mi cuerpo o quizá son las huellas de sus besos de ayer, de sus manos recorriéndome con toda la precisión del mundo y ¡uf! cada vez me importa menos plantar a Fina si la tengo al otro lado de la puerta.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora