Equivocación

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Me centro en la elaboración del plato, después de todo soy una profesional y puedo hacerlo. Evitar mirarla y cocinar. Sería mucho más fácil si ella dejara de pasearse por la clase, observándolo todo con ojo clínico y un silencio exasperante. Un silencio donde a mí me retumba todo.

El otro día, me fui del despacho de Clara triste y cabreada y cuando llegué a casa me puse los cascos, me cambié de ropa y salí a correr. Hacía mucho tiempo desde la última vez y yo necesitaba tranquilizarme.

Cuando volví y me di una ducha, pude ver las cosas un poco más nítidas. Yo no tenía que estar de acuerdo con su decisión. Por dios, si ni siquiera ella estaba del todo de acuerdo porque necesitó refugiarse en mí con desesperación antes de soltarme la bomba.

Llamé a su puerta dispuesta a convencerla, a decirle cuánto se equivocaba, a besarla hasta que no pudiera hacer otra cosa que no fuera ceder, pero no abrió. Quizá aún no había llegado del restaurante o puede que simplemente, no quisiera hacerlo.

Le envié un mensaje diciéndole que yo quería intentarlo, que lo que estábamos descubriendo valía la pena y que por favor se pensara las cosas.

Su respuesta fue tan contundente como desagradable: «No tengo nada que pensar».

Al día siguiente nos la encontramos de frente en el rellano y como no quería dejarme más en evidencia, tuve que huir mientras mi prima se quedaba siendo la educada por una vez.

Retiro el aceite sobrante del crujiente de guindillas con papel absorbente y me dedico a colocarlo minuciosamente sobre los trozos de pescado. El bacalao está en su punto y el pil pil en su textura. Me falta añadir el pisto en el último momento para que no deje nada humedecido y el toque de picante es de cuenta propia, pero sé que va a gustarle. La conozco.

Y ese simple pensamiento me trastoca, porque no me ha dejado opción pero tampoco las quiere. Se ha empeñado en alejarme con mucho ímpetu y demasiadas ganas; y no veas si cabrea y duele.

Cabrea precisamente porque duele y parece que a ella no le importe en lo más mínimo. Lleva tres días sin enviarme un sólo mensaje, cuando yo he tenido que esconder literalmente el teléfono para no decirle que la echo de menos.

No me hace falta levantar la vista para saber que está a mi lado. Puedo identificar ese perfume fresco y dulce en cualquier lugar. Su calor lo inunda todo demasiado deprisa en contraste con la frialdad con la que me habla.

—Una propuesta arriesgada, señorita Lasierra —comenta a media voz—. Demasiado picante puede destrozar el plato.

La encaro; no tengo muy claro si su comentario va relacionado con la comida o está haciendo un símil entre el picante y mi persona. Así que me envalentono y le contesto con la misma controversia.

—Al contrario, pretende darle vida y luz.

Por un segundo me mira con intensidad, un sólo segundo, su momento de debilidad y el mío es enfocarle la boca con ganas porque está demasiado cerca para comentar mi plato sin molestar a los compañeros y eso esfuma mi enfado de un plumazo.

Enseguida se aleja y en todo lo que queda de clase no vuelve a acercarse más como si se castigara por haber sido humana.

Aprovecha para comentar algo con Fina y después de eso, mi amiga me mira y suspira de forma exagerada vocalizando en mi dirección la palabra fantasía.

    Pero es que para mí, Ainhoa es mucho más que eso y la echo de menos de una forma real. Siento tristeza de ver en lo que se ha transformado todo como si hubiésemos preparado el terreno pero ahora no pudiésemos despegar. Una falsa prueba piloto pero que tenía mucho potencial.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora