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Dado que la mayoría de mis clases son por la mañana, he tenido que venir en el turno de tarde al Deessa, mientras Paolo viene al de la mañana. Pero separarme de él no me parece tan mala opción cuando Ainhoa me está saludando desde la otra punta del pasillo.
Al llegar a su posición, puedo ver a una mujer de unos cuarenta y pocos al lado de mi vecina, que se presenta como Ruth. Y los dos minutos que hablo con ella no me ayudan para nada, solo me demuestran la desventaja que tengo como estudiante frente a una persona que lleva trabajando cinco años en la cocina.
—Bien, buenos días a las dos —nos saluda Ainhoa con profesionalidad—. Hoy empieza vuestra aventura. Sé que ambas tenéis una experiencia y una forma de trabajar distintas, pero aquí no importa nada de todo eso, lo que priorizamos es el talento y las capacidades. Vais a elaborar los cuatro platos que veréis en el dosier que tenéis sobre la mesa. Allí aparecen las indicaciones que necesitaréis, así como los ingredientes y tiempos. Un plato por día. Podéis rectificar tanto como queráis los aderezos y complementos, pero cocinarlo una sola vez. El viernes, sin embargo, os dejaremos libertad para crear, basándoos en el producto fresco que os presentemos una vez lleguéis aquí. ¿Dudas?
—¿Irás guiándonos en el proceso o estamos a nuestra merced?
—Esto no es una escuela, Luz —me contesta secamente—, aquí no venimos a enseñaros. Podéis hacer las preguntas que necesitéis, pero que quede claro que aquí sois vosotras quienes venís a mostrarnos lo que sabéis hacer.
—No sé los demás, pero en nuestro caso, hay una diferencia significativa a nivel de experiencia, no creo que estemos partiendo del mismo punto.
—Estás a tiempo de echarte para atrás si lo deseas. Nos facilitas la elección si nos dejas solo tres candidatos —contesta con indiferencia.
Y no sé lo que esperaba encontrarme, pero desde luego, esta Ainhoa fría y déspota no estaba en el repertorio.
—No chef, no es mi intención dejar escapar esta oportunidad —le digo con más firmeza de la que tengo realmente.
—Bien, pues al lío, no perdamos más el tiempo.
Me planto frente a mi mesa y observo con detenimiento el dosier. Hoy debemos preparar codorniz en almíbar de pera. La codorniz la llevo bien, pero el almíbar me va a fastidiar la tarde, seguro.
Suspiro intentando relajarme y encontrar la energía y el positivismo que me caracterizan. Estoy acostumbrada a la presión, pero el desconcierto que ella me provoca, me pone de los nervios.
Levanto la vista por un segundo y veo a Ruth leyendo concentrada. Su rostro no me da ni una pista de la situación en la que está ella. Antes de volver mis ojos al dosier, me permito observar el lugar con más atención, ubicando los enseres, el almacén y los electrodomésticos, tratando de hacer mío el espacio.
Y parece que con eso sí que acierto, porque me cruzo por un momento con Ainhoa y su mirada refleja cierta calidez y aprobación.
Trabajamos un par de horas bajo la evaluación constante de la chef. Se pasea continuamente observándonos y no sé si pasa lo mismo al otro lado de la cocina, pero cada vez que viene a examinar mi trabajo lo hace desde una cercanía un tanto exasperante; y eso que ni siquiera me roza, pero su calor y su energía se sienten por todos lados.
En un momento, Ainhoa se aproxima a nuestra posición y procede a analizar el almíbar. Primero, prueba el de mi compañera.
—Te has pasado un poco con el anís, pero bastante bien, Ruth.
Y ella sonríe soltando todo el aire que había estado reteniendo. Cuando la veo girar y dirigirse a mí, me pongo nerviosa. Este tipo de preparativos no son mi punto fuerte.
—A ver el tuyo.
Le entrego el cuenco y la veo analizarlo tomando un poco en una cuchara.
—Un desastre Luz.
—Si no lo has probado —me quejo a media voz.
—Ni falta que hace, se ve en la textura perfectamente.
—Si quieres lo hago más líquido... —le propongo con cierta indecisión.
—No, si quieres lo haces bien —sentencia con sequedad—. Repítelo.
Yo suspiro resignada. ¡Qué mal empezamos! El comportamiento y la frialdad de Ainhoa vuelven a ser los del primer día y eso no me gusta nada.
Después de repetirlo tres veces más, quedo bastante satisfecha con el resultado y lo doy por bueno justo a tiempo para la presentación del plato.
Ainhoa prueba ambos bajo nuestra atenta mirada y la veo hacer varias anotaciones en una libreta.
—Buen trabajo chicas, esto es todo por hoy. Nos vemos mañana a la misma hora —sentencia sin darnos muchas más explicaciones.
Y aunque me muero de ganas de gritarle "¿muy bien qué? Llevamos trabajando horas y como mínimo merecemos unas palabras sobre nuestro resultado", me muerdo la lengua y me quito el uniforme. Solo conseguiría ponerme más en evidencia de lo que lo ha hecho ella.
Estoy agotada, así que decido pedir un uber en vez de volver en metro. Me siento en el banco que hay frente al edificio y me reclino por un segundo en el respaldo cerrando los ojos.
—¿Estás bien, Luz?
Me sorprende su tono humano fuera de la cocina y encontrarme una preocupación sincera. Ainhoa consigue esfumar mi enfado en un segundo.
—Tranquila, solo estoy cansada, ha sido un día largo —contesto con una sonrisa teñida de cierta timidez—. He pedido un coche, llega en 5 minutos, ¿quieres compartirlo?
Y por su expresión ya me doy cuenta de que no me va a gustar su respuesta.
—Creo que, dadas las circunstancias, esa pregunta es totalmente improcedente —suelta en un tono serio—. Soy la chef que te evalúa, no tu amiguita.
Y juro que intento controlar mi pronto, pero estoy hasta el moño de ella y sus juicios de valor.
—Y yo creo que, dadas las circunstancias, deberías sacarte el palo que llevas metido en el culo.
Me giro y me marcho toda digna, intentando no pensar en las consecuencias que esto podría tener.
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Choque de trenes
RomanceLuz va a empezar su último año de Gastronomía en Le Cordon Bleu de Madrid. Alejada de su familia y su Toledo natal, se apoya en su prima Marta y en Paolo para acabar de cumplir su sueño y convertirse en una de las mejores chef de toda la ciudad. Per...