Polvorín

3.6K 206 82
                                    

—17—

    —Chicas, quiero felicitaros por el trabajo que estáis haciendo —nos comenta Clara mientras Ruth y yo salimos del Deessa—, valoramos mucho vuestra dedicación y esfuerzo y el resultado no podía estar saliendo mejor.

    —Gracias Clara, pero sabes que esto es una oportunidad única para nosotras. Yo creo que Luz piensa lo mismo que yo, cualquier esfuerzo es poco para lo bueno que va a suponernos —le contesta Ruth emocionada y al mirar al frente, cambia el tono y añade—. Qué bonitas vistas tenemos hoy...

    Paolo está apoyado en su coche y tecleando algo en el teléfono pero al oír nuestras voces, levanta la cabeza y me sonríe.

    —Seguro que si lo hablas con tu compañera, puede traerte a su novio más a menudo —suelta Ainhoa en un tono que pretendía sonar gracioso pero que a mí no me lo ha parecido en absoluto.

    Me muerdo la lengua, me despido de todas con un gesto de la mano y acelero el paso para dejarme abrazar por él, porque desde el intento de beso de ayer me siento muy avergonzada y perdida, porque Ainhoa ha sido horriblemente fría y distante y porque igual refugiándome en su amor, puedo olvidarme un poco de todo.

    Al subirme al coche, Paolo me mira algo preocupado.

    —Luz, ¿estás bien? —me pregunta tratando de coger mi mano entre las suyas.

    Pero yo me aparto con un movimiento discreto porque las chicas siguen todavía muy cerca y no me apetece ser su comidilla.

    —Perdona, hoy ha sido un día intenso y estoy un poco agobiada.

    —Para eso tengo la solución —dice recuperando su sonrisa—. Vamos a comernos unos bocadillos al Chelsea con un par de cervezas y si eso no te anima, siempre nos queda el coulant de Gloria.

    Y mi primer instinto es negarme, pero al verlo mirarme con esa ternura, le acepto el plan. Me encantaría volver a estar tan a gusto como siempre hemos estado juntos, me apetece que me haga reír y que me quite de la cabeza todas estas sensaciones confusas a las que no estoy acostumbrada.

    Subo a darme una ducha rápida mientras él va pidiendo la cena y en diez minutos ya estoy lista. Aún tengo el pelo húmedo, pero con el calor que hace, se agradece.

    —¿A que no adivinas quién está aquí?

    —¿Quién?

—Ainhoa y Clara, en la mesa del fondo, a tu derecha —me dice con un tono cotilla y bajando la voz añade—. ¿No has pensado que puedan estar liadas?

    —¿En serio, Paolo? —exclamo algo mosqueada por su suposición.

    —No, pero Luz, no me malinterpretes, es curiosidad. A mí ellas me dan igual, yo sólo tengo ojos para ti —confiesa acercándose a darme un suave beso—, pero míralas, siempre están muy juntas y Clara tiene muestras de afecto constantes.

    Y no me hace sentir nada orgullosa, pero quien malinterpreta el motivo de mi enfado es él.

    Les echo un vistazo con disimulo y puedo ver a Clara cogiendo la mano de Ainhoa por encima de la mesa con naturalidad y el gesto parece ser recíproco.

    Le doy un sorbo a mi botellín y muerdo el bocadillo aunque ahora me apetezca menos porque no puedo seguir manteniendo esta conversación con Paolo. No había querido verlo, pero claro que puede ser: las constantes muestras de afecto, apelativos cariñosos, la extrema preocupación, las llaves de su casa. ¡Por favor! Es dolorosamente obvio y yo no he hecho más que el ridículo.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora