—32—
Ha pasado una semana desde nuestra última charla, siete días larguísimos en los que la he visto un total de tres veces, contando también hoy.
Desde entonces parece que hemos establecido un pacto silencioso en el que nos dejamos ser. Yo me comporto como se espera de mí y ella intenta interactuar conmigo lo menos posible, facilitándonos la vida.
Un poco triste tener que llegar a esto sintiéndome como me siento.
Ya no me envuelve esa rabia de hace unos días sino que todo se ha transformado en pena. Mentiría si dijese que no había esperado algo más por su parte, un intento de contacto, de charla, de aclaración, pero supongo que dejamos todo bastante aclarado, o al menos ella lo considera así.
Entiendo sus preocupaciones, de verdad, aun sin estar de acuerdo con sus formas. Siento tristeza por ella, por su incapacidad de dejarme entrar, porque superar sus temores sola debe ser mucho más complicado, pero igual es lo que necesita para sanar del todo; ver que puede hacerlo, que es lo suficientemente fuerte.
Me consuela el hecho de que parece que esto le afecta de algún modo, aunque sea ínfimo. No suelo establecer mucho contacto visual con ella porque las cosas se me complican un poco, pero cuando coincidimos, su mirada me atraviesa. Una explosión de sentimientos encontrados como si tuviera que convencerse de lo acertado de su decisión cada vez que me mira.
Hoy no ha venido sola. Mientras trato de escuchar su explicación, veo a Clara enfocarme con una expresión indescifrable. No me siento juzgada, pero en parte creo que de algún modo, sí lo está haciendo. Me advirtió y no quise escucharla, preferí quedarme colgada en su sonrisa, con la sensación de sus besos calentándome el cuerpo, con su convicción y evité a toda costa su miedo, su oscuridad y su pasado.
En lo más profundo de mí, tenía la esperanza de que Clara viniera a recuperar su clase, pero no; está aquí para participar en la de Ainhoa como jurado, no sé muy bien para qué, pero hoy dicen que es un día importante.
Me centro en los fogones con todos mis sentidos. Aunque parezca incongruente, cocinar me ayuda, me desconecta y me libera. Después de todo, es mi pasión y soy buena en ello; no voy a lanzar mis oportunidades por la borda porque las cosas no hayan salido como esperaba.
Quieren una receta con cocochas, algo novedoso, experimentación lo han llamado. Fina me busca algo preocupada porque no es un ingrediente que se le dé precisamente bien, pero le sonrío y la animo a hacerlo, es una chica con unas ideas muy originales y seguro que se saldrá con la suya.
Noto un cosquilleo en la nuca que me obliga a girarme y cuando la veo mirarme, aparto la vista como llevo haciendo estos días, pero su insistencia me quema y la enfrento de nuevo. Y me pierdo. Me quedo clavada en esa expresión aparentemente serena y el pecho empieza a apretarme un poco.
Y de repente todos desaparecen a mi alrededor y puedo ver los besos en el sofá de su casa, su manera de tentarme, las bromas y su sonrisa. No sé qué es lo que más echo de menos de todo, pero su contacto me hace mucha falta. Dudo que a ella le pase algo mínimamente parecido pero para mí estos cinco segundos han sido muy reveladores.
Sacudo un poco la cabeza, tratando de desprenderme de todo eso y pongo mi entera atención en Clara, reprochándome mi momento de debilidad y recordándome por qué me empeño en evitarla tan a conciencia.
Nos dan vía libre para empezar a cocinar y yo me decido por un plato que particularmente me apasiona, el ceviche. No es para nada difícil ni demasiado elaborado pero sí exótico y lleno de sabores contrapuestos. Eso es lo que me gusta, crear una explosión homogénea que sorprenda.
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Choque de trenes
RomansaLuz va a empezar su último año de Gastronomía en Le Cordon Bleu de Madrid. Alejada de su familia y su Toledo natal, se apoya en su prima Marta y en Paolo para acabar de cumplir su sueño y convertirse en una de las mejores chef de toda la ciudad. Per...