El pastel

2.7K 159 21
                                    

—5—

    —¿Has visto lo bien que nos han ido estos dos días? —comenta Paolo abrazándose a mi espalda, aprovechando que estoy abriendo la puerta y no puedo alejarlo.

    Una vez dentro, me da un ligero empujón y me gira entre sus brazos para besarme de forma apasionada.

    —Hola parejita —nos saluda Marta con diversión.

    Me separo de golpe y la encaro. Lo último que me esperaba era encontrarme a Ainhoa sentada en nuestro sofá tomándose un café. Enrojezco de golpe ante la situación, sintiéndome absurdamente abochornada.

    —Hola Ainhoa —la saluda Paolo, tan servicial como siempre—, encantado de volver a verte.

    —Hola chicos —responde, desviando sus ojos hacia mí con cierto interés—. Bueno Marta, creo que ya lo tengo todo. Me pongo a ello mañana a primera hora.

    —Mil gracias, de verdad. Va a ser el mejor de todos los años.

    Me quedo petrificada cuando mi prima se acerca a la vecina y la estrecha entre sus brazos como si la conociera de toda la vida. Ella sonríe un tanto incómoda, se despide con la mano y se marcha con cierta prisa.

    —¿Me explicas esto?

    —Ay, Luz, que Ainhoa va a hacerme el pastel de cumpleaños para la fiesta del sábado —me confiesa dando saltitos de alegría—. Que es la chef responsable del Deessa, que tiene premios de repostería y va a hacerlo gratis. ¡Gratis!

    Y su explicación me cabrea por partida doble. Porque desde hace tres años soy yo quien le hace los pasteles y me ha apartado a la primera de cambio; y dos, porque Ainhoa sigue siendo espléndida con ella y rancia conmigo y no llego a comprenderlo.

    —El mejor de todos los años... —me quejo— Vaya, no sabía que estabas tan descontenta con mis postres.

    —Luz, cariño, seguro que no es eso —trata de calmarme Paolo—, pero es Ainhoa...

    —Arminza, ¡sí! Parece que estáis todos encantados con ella —suelto realmente enfadada—. Vete Paolo, nos vemos el sábado.

    —Pero Luz...

    Su queja se queda en el aire porque abro la puerta con cierta urgencia y me conoce. No se lo voy a reconocer en voz alta pero suelo ser un poco cabezota e impulsiva y es mejor esperar a que se me pase para llegar a un entendimiento conmigo.

    —¿Pero a ti qué te pasa? —me encara mi prima con los brazos cruzados—. Cualquiera diría que acabas de volver de vacaciones.

    —Que esa tía no me gusta, ya está, ya lo he dicho. Es encantadora contigo y conmigo se ha comportado como una imbécil y encima a Paolo se le cae la baba cada vez que la ve.

    —A ver Luz, vamos por partes —dice con calma tomando asiento a mi lado en el sofá—. La nueva vecina es un poco rarita, pero yo creo que es más del tipo tengo coraza para protegerme y no del tipo soy una cabrona y te quiero joder la existencia. Punto número dos. Es una chef súper reconocida, una oportunidad única para ti, para aprender, acercarte a ella, conseguir experiencia, no sé, creía que te iba a gustar poder compartir esa pasión con alguien así. Y tres, desde que conozco a Paolo solo tiene ojos para ti, no creo que estés realmente celosa por él. ¿Me explicas la verdad de lo que te ocurre?

    Me paso las manos por la cara en un intento de relajarme porque  tiene razón en todas y cada una de las palabras que me ha dicho.

    —No sé, estoy un poco agobiada.

    —¿Por el inicio de curso para tu Grand Diplôme? ¿Porque se te había olvidado mi cumpleaños y no tienes regalo preparado? ¿Porque te preocupa que tus pasteles puedan gustarme menos que los de una súper chef?

    Y no puedo evitar reírme con ella ante sus preguntas absurdas. Y ella al ver que funciona, me abraza para acabar de relajarme.

    —Me preocupa mucho que al probar su comida, quieras sustituirme por ella. No sabría que hacer sin ti —contesto siguiendo su broma.

    —Siempre podéis cocinarme juntas. Dios, eso sería idílico.

    —Nunca has querido que te cocine con Paolo.

    —Es que tu novio es un poco intenso y eso se nota en el sabor de la comida —me suelta con la intención de retomar el tema.

    —No es mi novio —le aclaro entrando al trapo—. Y sí, puede que me esté agobiando un poquito. No estamos yendo al mismo ritmo.

    —¿Y eso lo has hablado con él, Luz?

    Me levanto del sofá con la intención de terminar esta conversación y mi prima lo nota porque intenta detenerme.

    —Voy a ser simpática con nuestra nueva vecina, a ver si me otorga el placer de estar presente en la elaboración de tu querido pastel. Así evito que te eche canela.

    —No, canela no, Luz, por favor. Ve a decírselo —me suplica  asumiendo nuestro cambio de tema y realmente preocupada por la posibilidad de que esa especia que detesta aparezca en su pastel de cumpleaños perfecto.

    Salgo al rellano con cierta inquietud. Ainhoa me desconcierta y no sé cómo va a ir nuestra conversación esta vez. Antes de que pueda llamar al timbre, la puerta se abre y casi choca contra mí en su ímpetu por salir.

    —Luz, perdona —se disculpa para mi sorpresa—. ¿Querías algo?

    —Eh, sí, quería hablar contigo.

    El casi choque nos ha dejado en una posición muy cercana que no respeta los espacios personales y aunque parece que a ella no le molesta demasiado, a mí me impide pensar con claridad y doy un paso atrás.

    —Es por lo del pastel —le digo nerviosa.

    —Si es porque prefieres hacerlo tú, lo entiendo. A mí también me molesta mucho cuando alguien intenta pisar mi trabajo.

    La miro totalmente descolocada porque esa reflexión y empatía es lo último que me esperaba recibir por su parte. Eso o está intentando librarse del encargo y no se ha atrevido delante de mi prima.

    —Mira, ya te has comprometido con Marta, si vas a echarte atrás ten el valor de decírselo a ella y no me pongas como excusa.

    —Pero ¡qué dices! —me suelta molesta—. Si no tienes nada más que añadir, tengo prisa.

    Y me doy cuenta de que yo solita me estoy cargando la primera conversación civilizada que estábamos manteniendo.

    —Espera Ainhoa —le digo sosteniéndola del brazo para impedir que se marche.

    Y la mirada gélida que clava en ese gesto me hace soltarla de repente.

    —Lo siento —me disculpo por mis dos últimas acciones—. Solo quería preguntarte si no te importa que sea tu pinche en la elaboración del pastel. Me gustaría mucho ver cómo trabajas.

    Me mira ladeando ligeramente la cabeza como si tuviera que pensarse su respuesta y supongo que me lo merezco, porque yo tampoco he sido muy amable con ella.

    —Si pretendes convertirte en chef, empieza por asumir que lo eres y no te degrades de categoría tan fácilmente —suelta con seriedad—. Ven mañana a las 9 y sé puntual, no me gustan los retrasos.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora