Sorpresa

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Desvío la vista al teléfono y me quedo un poco clavada en nuestra última conversación de whatsapp. Más que en su 'buenas noches', bastante normal y casual, en la foto con la que lo acompañó. Sale tumbada boca abajo en la cama, con media cara escondida y ojos de sueño.

Desde que la conozco, Ainhoa ha provocado en mí muchas cosas, pero la ternura de ayer y la posterior necesidad de, sencillamente, acariciarla hasta que se quedara dormida, me abrumaron un poco, la verdad.

No sé si es que la echo de menos, después de dos días de casi ni vernos o que estoy más loca por ella de lo que me imaginaba e intuyo que los tiros van más por la segunda opción.

Le doy un sorbo al café y miro la hora. Son las ocho y media de la mañana y Fina tenía que haber llegado hace quince minutos. Quizá está devolviéndome la jugada del otro día.

Ainhoa lleva doblando turnos desde que salí de su casa a toda prisa aquella mañana. Tienen a dos cocineros de baja y a Clara gestionando unos asuntos fuera de Madrid y pese a que su firmeza le precede, debe estar un poco desbordada. Es imposible hacerse cargo de todo y no flaquear.

Ayer me pidió que me pasara un rato por su casa. Eran las once de la noche cuando consiguió llegar. Pensé en llevarle algo de cena porque por mucho que adore su trabajo, supuse que lo último que le apetecería sería ponerse a cocinar otra vez.

Me recibió menos elocuente que de costumbre pero más cariñosa, como si el cansancio se hubiese llevado un poco de la fachada con la que a veces carga y sólo quedara una chica con necesidad de afecto.

Y se lo di, claro que se lo di. Me perdí con ella entre besos profundos y caricias lentas sin ir más allá, porque por primera vez, Ainhoa me estaba permitiendo cuidarla, una lanza de confianza entre nosotras, un te estoy dejando entrar pero no me hagas cerrar las puertas.

Me hubiera quedado toda la noche, pero ni se lo propuse, ni me lo pidió, y sobre las doce me marché a casa para que pudiera descansar.

Después de eso, vino su «Buenas noches, Luz»; y la foto. La maldita foto reveladora,  por si no hubiese sido suficiente con todo lo demás.

—Tierra llamando a Luz —escucho a mi espalda, sobresaltándome—. Llevo saludándote hace quilómetros. Venga, vamos, que llegamos tarde a clase.

—¿Ahora te preocupa? —la acuso haciéndome la ofendida.

—No me hagas hablar...

Pero su sonrisa la delata, como si no le hubiera molestado en absoluto mi tardanza mal justificada del otro día.

—¿Por qué estás tan emocionada?

—Hoy empezamos Cocina Creativa —sentencia como toda explicación pero al ver mi cara de incomprensión, añade—. ¡Voy a conocer a Clara Rojo! Eso se llama fantasía, Luz.

Ruedo los ojos ante su declaración y me veo obligada a acelerar el paso para no perderla de vista. Sí que tiene ganas, sí.

Me hace gracia porque el otro día estuve sentada con ella en el salón de mi vecina, pero eso es algo que todavía no estoy preparada para contarle a Fina.

Quise decirle a Clara que estaría en su clase, reírnos un poco de la situación y la casualidad, pero estaba tan nerviosa que la pretensión se me fue de la cabeza en cuanto empezó con su pequeño interrogatorio.

Miro a Fina y ella me sonríe devolviendo la vista hacia la puerta. La verdad es que ha conseguido contagiarme algo de su emoción. Clara es muy buena en su trabajo y tratar con ella fue algo sencillo y agradable, a la par que desafiante.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora