Dudas

3.2K 188 219
                                    




—42—

—Amiga, te veo muy nerviosa —se burla Fina a mi lado—. Creía que las vacaciones te sentarían mejor.

—¿No te he explicado ya toda la situación? —le contesto frustrada.

—Sí, pero es que estás muy graciosa.

—Pues a mí no me parece gracioso. Sigo cabreadísima con mis padres, rompí..., bueno romper tampoco que no éramos nada, pero ya me entiendes. Voy a verla ahora después de una semana. Y estoy atacada.

—¿Una semana? —pregunta confundida—. ¿Pero no estás yendo al restaurante?

—Clara me llamó justo después de llegar de Toledo. Me dijo que uno de los cocineros de baja había vuelto y que aprovechara unos días para descansar, que a final de semana nos reuniríamos. Hoy, vamos.

—¿Sólo me parece sospechoso a mí? —quiere saber y bajando la voz añade—. ¿Has hablado de esto con Ainhoa?

Y claro que me pareció sospechoso. Más que eso de hecho. Pero no tiene ningún sentido evitarme si lo que quiere es que nos conozcamos.

Antes de poder contestarle, la puerta se abre y Ainhoa entra con su maletín a cuestas, como de costumbre.

La observo con atención, deseando que me enfoque para saber realmente en qué punto estamos, porque su conocernos está un poco difuso en estos momentos y la aclaración que me dio al teléfono no me parece suficiente.

Pero no lo hace, empieza la clase explicándonos los tres postres que vamos a preparar hoy, con mucha gracia y tranquilidad, paseando la mirada por un lugar seguro y evitándome a conciencia. Y eso me da muy mala espina y la sensación de que está molesta conmigo.

¿Por hacerme a un lado? ¿Por rendirme con ella? ¿Es realmente lo que está pasando aquí?

—Míralo de este modo, vas a dejar de tenerla como profesora, así que uno de los problemas se soluciona solo —me susurra Fina y se marcha a su mesa para empezar a cocinar.

Y tiene razón, porque la asignatura acaba hoy y quizá también mi trabajo en el restaurante, como un curioso giro del destino. Si no quieres conmigo, no quieres nada. Sólo falta que me diga que se muda.

Suspiro con pesadez y empiezo a preparar el primer postre, con la máxima concentración posible, aunque no sea mucha, hasta que pasados unos diez minutos, la siento a mi lado, con ese olor inconfundible.

Apoya un brazo en mi mesa y su mano queda a escasos centímetros de la mía. Levanto la vista y ella sigue esquivándome incluso estando así de cerca.

—No dejes que llegue a ebullición —me comenta en un tono bajo.

Su meñique roza de forma muy suave el lateral de mi mano antes de incorporarse y es entonces cuando me enfoca por fin y todas las dudas que tenía me desaparecen de golpe, porque Ainhoa me mira igual que lo hizo aquella tarde en Toledo y me desestabiliza el cuerpo y las decisiones.

Fina me hace un gesto de incomprensión al ver el intercambio y se lo explicaría encantada, pero es que yo tampoco entiendo muy bien qué está ocurriendo.

Y aunque me sienta un poco perdida, su gesto me ha tranquilizado enormemente, así que paso el resto de la clase mucho más calmada.

Al final, Ainhoa da un bonito discurso de despedida, en contraste con su exigencia constante y la clase aplaude emocionada.

—Lasierra —me llama mientras mis compañeros empiezan a abandonar el aula—. Acércate un momento.

Tardo unos segundos de más en recoger mis pertenencias, aprovechando para que sigan saliendo el máximo de personas posible y entre ellas, Fina, que antes de marcharse me guiña un ojo con una risita divertida.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora