La Competición II

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    Ya es viernes, y a pesar de que creí haber hundido mi carrera la otra noche, Ainhoa no ha mencionado nada ni me ha castigado más de la cuenta. Eso o quizá ya me he acostumbrado a su interacción de chef sargento y a sus comentarios desproporcionados. Pero ahora los uso en mi favor y me esfuerzo muchísimo para cerrarle la boca con mi trabajo.

    Me sorprende cuando el ingrediente a usar en nuestra creación es la macadamia. No sé si ella tiene potestad para decidir y está abogando en mi favor porque recuerda la receta que cociné los primeros días que nos conocimos o si es mera coincidencia; pero tengo el plato estrella sin pensarlo demasiado.

    Utilizo la misma base que en casa, pero modifico la presentación para acercarlo más a un diseño de degustación. Como estoy acostumbrada a cocinarlo, lo termino más pronto de la cuenta.

    Cuando lo pongo frente a ella, me mira con seriedad, pero el brillo divertido en sus ojos le delata. Ni siquiera sé si ese pequeño detalle es obvio para Ruth, pero desde luego ya he aprendido a leerla un poco en este tiempo.

    Debo esperar a que mi compañera acabe, así que me sirvo un vaso de agua y me siento a mirarla. Tras más de media hora, por fin entrega su creación y sinceramente, la presentación es una auténtica pasada. Por más empeño que le ponga, no sé si voy a poder estar a la altura.

    Ainhoa lo prueba y quizá el truco está en observarla sin la presión ni los nervios de ser evaluada porque su gesto ofrece muchas pistas. La veo arrugar la nariz levemente como el día que degustó el canapé de Paolo y de verdad, ¡bendito lenguaje corporal!

    Me marcho muy contenta y hoy es el primer día que no me importa esperar absurdamente junto a ella a que lleguen dos coches diferentes para llevarnos al mismo sitio.

    Se sube en el primero y yo cojo el siguiente. Durante el trayecto intento aplacar la insistencia de Paolo en salir a cenar porque la verdad, no me apetece nada, pero acabo cediendo porque me sabe mal.

    Entro al portal y cuando salgo del ascensor me sorprende encontrarme a mi vecina apoyada en la puerta de su casa, intuyo que esperándome, pero me hago un poco de rogar y simplemente la saludo antes de sacar las llaves e introducirlas en el pomo.

    —¿No te vas a disculpar? —escucho a mi espalda— El otro día fuiste un poco desagradable.

    Y qué fácil me hace entrar al trapo esta mujer.

    —Tú llevas una semana siendo desagradable y no te he pedido que te disculpes.

    Se ríe. La tía va y encima se ríe en mi cara.

    —Luz, hay una diferencia enorme entre insultarme por no querer compartir un taxi y ofenderte por hacer mi trabajo.

    —Y hay una diferencia muy grande entre ser seria y profesional y una estúpida de cuidado —le suelto cruzándome de brazos molesta.

    Ainhoa abandona su postura relajada contra la pared y avanza unos pasos hasta quedarse frente a mí.

    —¿Sabes qué pasa? —dice en un tono confidente demasiado cerca—. Que eres un polvorín y tienes la mecha muy corta y necesitas que yo te mantenga justo ahí para sacar lo mejor de ti.

    Trago saliva con dificultad sin apartar la vista de sus ojos, que desde esta distancia son más verdosos de lo que imaginaba. No sé por qué motivo su cercanía y su impertinencia me están dejando tan fuera de juego.

    —Eso no es muy profesional por tu parte —contesto tratando de recomponerme como puedo.

    Doy medio paso atrás, que es la única distancia que puedo agrandar antes de que mi espalda choque contra la puerta. Y sonríe, como si supiera exactamente lo que está haciendo y provocando.

    —Y ¿quieres que sea profesional o que te diga lo que pienso de tu plato de hoy?

    E igual ella sólo está chinchándome pero es que a mí esta conversación me parece de todo menos decente.

    —¡Ostras! —exclamo asustada cuando empieza a sonar de repente mi teléfono—. ¿Qué quieres Paolo?

    No registro muy bien lo siguiente que dice mi amigo, pero sí el cambio de actitud de Ainhoa, que retrocede hasta su puerta y se despide con la mano.

    Y quiero detenerla, de verdad que sí, recuperar nuestra charla sin distancia prudencial, porque aunque no entienda el rumbo que estaba tomando la conversación, me gustaba demasiado.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora