—34—
—Luz, ¿cómo tienes el tartar? —me pregunta Ainhoa apoyando su mano en mi espalda con familiaridad.
—Listo, chef —le contesto añadiendo un poco de cilantro y pasándole el plato.
Al cogerlo, rompe el contacto y yo vuelvo a respirar con normalidad. No sé qué está haciendo, pero desde el episodio del abrazo en el despacho de Clara parece que ha encontrado un terreno seguro en el que moverse.
Lo que no tengo muy claro es si ese escenario es bueno para mí. Nuestra relación siempre se ha caracterizado por esas idas y venidas y a mí ya me tiene mareada. He asumido su decisión porque no me ha quedado otra, pero no me lo pone nada fácil con sus actitudes. Ainhoa como chef es seria, firme y borde aunque la calidez con la que me mira le hace muchas cosas a mi cuerpo. Y su perfecta trenza a juego con la sonrisa de superioridad que le sale frente a un nuevo desafío y el maldito botón de la chaquetilla que se empeña en mantener desabrochado cada dos por tres.
—¡Mierda! —suelto al notar un escozor en el dedo.
Presiono el corte con un trozo de papel para detener la pequeña hemorragia. Es que no se puede tener la cabeza en otro sitio mientras juegas con cuchillos y yo estos días ando demasiado despistada.
Pepe se acerca, me retira el papel y observa el dedo.
—Eres buena hasta para cortarte, hija —comenta sonriendo—, que no ha sido nada.
Saca un pequeño botiquín de uno de los cajones y después de pasarle un poco de agua y jabón, lo seca con detenimiento. No hace falta que lo haga, sé perfectamente cómo atenderlo, pero no me deja ni quejarme siquiera. Me envuelve el dedo con delicadeza en una gasa y coloca un poco de esparadrapo.
—Menos mal que estaba pelando verduras, por poco acabo añadiendo un ingrediente secreto al tartar —bromeo.
Por lo menos puedo reírme de la situación con alguien y destensar un poco el ambiente que no deja de ser raro para mí.
Cuando veo entrar a Ainhoa a la cocina, la sonrisa se me borra de golpe y Pepe vuelve a su posición. Sus ojos pasan del botiquín a la venda de mi dedo y eso hace que se acerque preocupada.
—¿Qué ha pasado? —pregunta cogiendo mi mano entre las suyas para observarla.
Yo la retiro con delicadeza, restándole importancia y por su gesto sé que no le gusta mi actitud pero no puedo evitar que me queme su contacto cada vez con más frecuencia.
—Quiero que me ayudes con algo —dice para mi sorpresa—. Ahora que estamos tranquilos, voy a hacer unos retoques en el menú, empezando por ese tartar que has preparado antes. ¿Se te ocurre alguna modificación para darle más vida?
—Precisamente de eso hablábamos antes de que llegaras —comenta Pepe participando—. Luz ya tiene un ingrediente especial que va a dar que hablar.
Y tengo que reírme porque no me lo esperaba y desde luego, la imagen de mi dedo en el tartar y la cara del cliente que lo encontrara, sería épico.
—Me he perdido la broma —suelta muy seria.
—Nada, es una tontería por lo del corte —le explico algo nerviosa—. A ver, el tartar, ¿tienes algo en mente?
—He pensado en añadirle vieiras troceadas, le darían un toque de sabor pero no el suficiente para mi gusto.
Observo por un segundo los ingredientes en el dosier que me preparó y siento su brazo derecho rozar el mío cuando se recuesta sobre la mesa, demasiado cerca de nuevo. Como quien no quiere la cosa pero con toda la precisión del mundo, porque mira que el espacio es grande.
ESTÁS LEYENDO
Choque de trenes
RomansaLuz va a empezar su último año de Gastronomía en Le Cordon Bleu de Madrid. Alejada de su familia y su Toledo natal, se apoya en su prima Marta y en Paolo para acabar de cumplir su sueño y convertirse en una de las mejores chef de toda la ciudad. Per...