La piedra del Rey Moro

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Veo su llamada y decido no contestar. Sé qué quiere y no me apetece empezar el día discutiendo por no llegar a la hora acordada. Ainhoa es demasiado estricta con eso y yo todavía no he tenido tiempo de asimilar las cosas como para enfrentarla a solas de nuevo en su habitación.

«A: Luz, ¿estás bien?».

No sé qué versión de ella voy a encontrarme y eso es lo que más nerviosa me pone. Ayer fue una explosión de sentimientos devastadora. Estuve en una montaña rusa de emociones, subida en primera fila y por mucho que doliesen algunas cosas, me gustó. Demasiado. Me gustó esa parte humana, me gustó la confianza que volcó y por muy rota que esté, me gustó descubrir un poco más de la Ainhoa real.

«L: No he pasado buena noche. Iré directamente a la plaza. Nos vemos allí a las 9:00».

Estaba en activo, parece que esperando mi respuesta y cuando veo el escribiendo parpadear en la pantalla, bloqueo el teléfono de golpe.

Dios. Esto era mucho más fácil cuando no tenía tan fresco el olor de su piel en mi cuerpo, cuando el recuerdo de sus besos quedaba más lejano que el tiempo de unas pocas horas. Era mucho más fácil cuando quería y no podía y me alejaba. Aunque me gustara menos.

Reconozco que cualquiera desde fuera no entendería nada. De hecho, ni yo misma me entiendo. Llevo todo este tiempo queriendo explicaciones, queriendo que se abra y cuando lo hace, a mí me da por huir.

Cada cosa que descubro de ella, me derrite un poco más si cabe. Un terreno demasiado nuevo, demasiado desconocido y muy muy inestable.

«A: Puedo encargarme yo sola, si es lo que quieres».

Lo que quiero. Lo que yo quiero es explorar sin miedos; dejar de sentirme atada y cohibida; dejar de pensar todo el tiempo. Quería descubrirla y descubrir a mi nuevo yo con ella. Quería que fuese bonito, fácil y real. Quería que emocionara y no que doliera.

Y lo ha hecho todo tan difícil...

«L: Voy para allí».

—Luz, ¿qué haces aquí? ¿No tenías que estar en el concurso de talentos? —escucho a mi padre.

Me asusto con su pregunta. No lo esperaba y estaba demasiado metida en mis pensamientos, para qué engañarnos.

—Ya salía para allí —le contesto evitando su mirada.
No quiero un tercer grado y puede que él tenga un proceso más lento que mi madre, pero es muy bueno en su trabajo y me conoce demasiado.

—Cariño, ¿estás bien? —quiere saber, deteniéndome.

Soy incapaz de mentirle mientras me mira a los ojos e incapaz también de contarle todo lo que me ocurre. Una incongruencia real y sin escapatoria. Quiero creer que va a llevar la noticia con entereza, que no es un cromañón por mucho que sea un refunfuñón de pueblo, pero lo cierto es que me da pánico descubrir que me equivoco.

—Estoy un poco nerviosa, papá —le comento.

Un punto entre la verdad y la mentira que espero me salve de ésta.

—Yo no sé cómo cocina tu jefa, la súper chef famosa —bromea—, pero sé cómo cocinas tú y eso es suficiente para tener opciones de ganar. Venga, va, que te acerco.

No es que me guste precisamente la idea, nunca me ha agradado pasear por ahí en el coche oficial, pero hace demasiado tiempo que no lo hago e intento disfrutar de su compañía.

Cuando giramos la esquina de la Plaza del Ayuntamiento, ya diviso varias mesas de trabajo montadas con sus utensilios, fogones portátiles y...
Dejo de verlo todo cuando la enfoco a ella. Enfundada en su chaquetilla blanca con esa trenza rojiza más oscura que de costumbre por la luz del sol. Guapa, como siempre.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora