Amaia

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Abro la puerta de mi apartamento y al ver todo en silencio, asumo que mi prima no está. Consulto el móvil de nuevo y sigo sin saber nada de Ainhoa desde ayer por la noche. Me extraña un poco no poder localizarla, pero supongo que debe estar en el restaurante.

Me dedico a sacar la ropa de la maleta y colocarlo todo en su sitio como me recomendó mi madre. Me da una pereza terrible hacerlo y me hubiese tirado un rato en el sofá, pero de pasar eso, la maleta se quedaría sin deshacer una semana entera en mi habitación.

Llaman al timbre y al abrir veo una mujer de unos cuarenta y pocos años, mirándome con atención. Siento que, de algún modo, sus ojos inquisitivos me están juzgando.

—¿Eres Luz?

—Sí, pero ahora mismo no tengo mucho tiempo para visitas —la corto imaginando que viene a venderme algo.

—Soy Amaia, abogada —dice mostrándome una tarjeta que cojo entre mis manos con extrañeza.

Y no entiendo qué necesita de mí alguien como ella.

—Perdona, pero yo no he llamado a ninguna abogada.

Dentro de su extrema seriedad, sonríe con cierta chulería.

—Por suerte no preciso llamar a timbres para mendigar trabajo. Ainhoa es mi clienta, me ha pedido que venga a buscarte.

—¿Ainhoa? ¿Está bien? —le pregunto con rapidez.

Parece un poco sorprendida por mi persona, como si dudase de la posible ayuda que yo le puedo ofrecer a mi vecina y eso me ofende.

—Prefiero que sea ella quien te cuente lo que considere.

Cojo las llaves y la sigo confundida, pero cuando entro detrás de la tal Amaia, mi preocupación aumenta exponencialmente: Ainhoa está en el sofá con la cabeza entre las manos. No puedo verle la cara pero parece que está sollozando por el movimiento espasmódico de su cuerpo.

Esquivo a la mujer como puedo para dirigirme deprisa hacia ella pero una mano me detiene.

—Yo ahora tengo que irme —me dice aún sin romper el contacto—. No sé quién eres ni qué cercanía tienes con ella, así que he llamado a Clara, en diez minutos estará aquí. Mientras tanto, no permitas que se mueva de ese sofá por nada del mundo ni le des nada de beber que no sea agua. ¿Entendido?

—¿Qué está pasando? —susurro para que Ainhoa no me escuche.

—¡Malita sea! Quiero que me digas si has entendido lo que he dicho —insiste con un tono duro.

Y frente a eso me siento como una niña pequeña siendo regañada y creo que ella también lo está considerando. Afirmo en silencio y solo entonces me suelta.

Se acerca a Ainhoa y se agacha frente a ella. Cuando la abogada le levanta la cabeza con un gesto demasiado familiar, puedo ver efectivamente su rostro serio y sus ojos enrojecidos.

—Ainy, tengo que irme —le dice con una dulzura que contrasta enormemente con la dureza que ha usado conmigo—. No hagas ninguna tontería, por favor. Espera a que vuelva a llamarte, te prometo que esto no se va a quedar así.

La arrastra a un abrazo delicado y al separarse, Amaia mantiene una mano entre su mejilla y su cuello, en una cercanía que me molesta.

—Mírame —le pide; y cuando mi vecina obedece, ella añade con una seguridad que me llega hasta a mí—. Te lo prometo.

Le da un beso en el nacimiento de su pelo y se marcha de la casa lanzándome una última mirada llena de advertencias.

Me quedo un segundo en el mismo lugar, insegura de cómo actuar, empequeñecida por esa desconocida, hasta que un nuevo sollozo me hace despertar de golpe.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora