Clases de repostería

2.5K 161 26
                                    




—6—

    Son las 8:50, paseo por el rellano como una tonta, esperando que pasen los minutos para no parecer desesperada. ¿Es demasiado pronto para llegar si vengo de la puerta de enfrente?

    El sonido del ascensor interrumpe mis pensamientos, Ainhoa sale de él y por un momento se detiene a observarme. Va vestida con un pantalón negro, una camiseta de tirantes del mismo color y una chaquetilla blanca doblada en el antebrazo.   

    —Llegas temprano —me dice como único saludo.

    —¿Vienes de trabajar?

    —Estoy de vacaciones, pero he tenido que atender una urgencia —me explica invitándome a pasar a su apartamento.

    —Si prefieres descansar y que lo dejemos para luego no hay problema.

    Por primera vez desde hace una semana que la conozco, me sonríe y aunque es una de las pequeñas, me siento triunfadora por un instante.

    —Estoy acostumbrada a trabajar muchas horas, Luz. Si no te importa, voy un momento a cambiarme. Puedes estudiar el terreno.

     Me paseo por la impoluta cocina y de nuevo me impacta su sobriedad y la encimera de 5 fogones de la marca Haier que le debe haber costado un pastón.

—Fue lo primero que compré, incluso antes que la cama —comenta Ainhoa con una suave risa—, prefería dormir en el suelo que cocinar en vitrocerámica.

Y esa tontería me saca una sonrisa como respuesta.

    —Una buena escala de valores, chef —le digo con cierta burla—, aunque la cama no solo sirve para dormir.

Y después de soltar esa tontería, siento mi cara arder de la vergüenza.

—Sí bueno, los fogones no te sirven para eso, no, aunque una buena comida puede conquistar a cualquiera.

Y doy gracias al cielo porque me esté siguiendo la corriente y no me haya cortado en seco, así que aprovecho para indagar un poco más.

—Si eso es cierto, alguien como tú debe tener un montón de conquistas...

—Yo no tengo tiempo para tonterías —suelta de repente, cerrándose en banda—. Venga, vamos al lío.

Empieza a sacar ingredientes y utensilios, colocándolo todo con un riguroso orden. Va dándome indicaciones sobre cantidades y recipientes para seguir su ritmo y en unos pocos minutos soy capaz de comprender el fanatismo que envolvió a Paolo cuando la conoció.

Ainhoa es estricta y profesional incluso en su casa y va relatándome los pasos y trucos que sigue como si estuviera leyendo una receta. Sin embargo, en sus gestos, puedo apreciar el mimo y la delicadeza que la envuelven. Desprende tanta pasión que es difícil apartar los ojos de ella cuando trabaja.

—Eh, Luz, aterriza —suelta juntando sus manos en un aplauso a pocos centímetros de mí, haciendo que la harina que contenían me estalle por toda la cara—, que se te quema el bizcocho.

—Lo siento chef —me disculpo apartando la mirada de golpe.

No sé cuánto tiempo debía llevar observándola embobada, pero seguro que se ha dado cuenta.

Compruebo el bizcocho y apago el horno. Por suerte ha sido un despiste sin consecuencias. Cuando me giro, veo que intenta disimular una sonrisa burlona, antes de lanzarme un trapo que cojo al vuelo.

—Límpiate la cara, anda.

Me miro en el cristal del horno y observo con horror que tengo la mitad de mi rostro blanco. Me apresuro a limpiarme mientras lanzo un dedo acusador hacia ella.

—Lo has hecho a propósito.

—En mi cocina, los despistes se pagan. Este te ha salido barato.

—Venga, no estamos en el trabajo sino disfrutando de hacer el pastel de cumpleaños de Marta —me quejo ante su rigidez.

—Pues disfruta concentrada o márchate —suelta como si no le importara lo más mínimo mi presencia.

Y esa respuesta me hace sentir pequeña de golpe porque la sintonía que habíamos creado me gustaba pero Ainhoa parece querer mantener bien marcadas las distancias.

A pesar de eso, seguimos mano a mano un par de horas más hasta conseguir un pastel de tres pisos elegante pero a la vez desenfadado, profesional pero divertido. Sin conocerla realmente, la chef ha llegado a  plasmar el carácter de Marta casi a la perfección.

—Le va a encantar —le aseguro admirando el resultado—. Después de esto, no  va a querer mis postres nunca más.

—Este lo hemos hecho juntas, así que también es mérito tuyo.

—Yo solo he seguido instrucciones...

—Bueno venga, deja de hacerme la pelota que no te pega nada —dice cortando de nuevo la familiaridad que se estaba creando—. Vamos a probarlo, que he separado un poco antes de montarlo. Un postre tiene que ser atractivo por fuera, pero mucho más por dentro.

Coge un pedazo en una cucharilla, asegurándose de incluir bizcocho, relleno y decoración y me lo acerca a la boca sin darme alternativa. Lo degusto a placer porque la verdad es que no había probado algo tan delicioso en la vida y cuando abro los ojos detecto un brillo curioso en los suyos y una cercanía que no me esperaba.

Y de nuevo la manía de Ainhoa en invadir mi espacio personal. Carraspeo con cierto nerviosismo mientras se aleja a tomar otra porción y probarla ella misma.

—Está espectacular —declaro con rotundidad—, Marta va a tener una experiencia orgásmica.

Ainhoa deja escapar una risa a medias, como si nunca fuese capaz de soltarse del todo.

—Si eso fuera verdad, que conste que no estoy intentando seducirla con comida, no es mi tipo —me confiesa en un tono más bajo y grave—. Buen trabajo chef.

Y si ella de normal ya es una persona que me desconcierta, con esta declaración me deja una duda mayor: ¿mi prima no es su tipo porque no es un hombre o porque no es el tipo de mujer que le gusta?

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora