Chef

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—3—

     —Madre mía Luz, qué bien huele, qué hambre me ha entrado de repente —me halaga Marta, con intención de probar la salsa.
    —¡Ni se te ocurra! En diez minutos estará lista, ahora hay que dejarla reposar un poco.
    —¡Qué suerte tengo contigo primita! —suelta cogiéndome un cachete como hacía mi abuela—. Adoro que te encante la cocina; ya sabes que puedo ser tu conejillo de indias siempre que quieras.
    Antes de que pueda quejarme siquiera, escuchamos un ruido fuerte de cristales rompiéndose y un quejido acompañado de algunas palabrotas. Al abrir la puerta, vemos a Ainhoa agitando la mano con cara de dolor y los restos de un marco de fotos en el suelo.
    —¿Ainhoa estás bien? —le pregunta Marta acercándose deprisa a ella.
    —Mierda, ¡cómo quema! —suelta sosteniéndose la palma y soplando ligeramente sobre ella.
    —No hagas eso —le ordeno al ver que pretendía seguir dándose aire.       
    Y puede que no entienda nada de electricidad, pero sí de quemaduras y cómo atenderlas.
    Me acerco y le cojo la mano entre las mías y puedo observar que se le está empezando a formar una mancha oscura desde el índice al centro de la palma.
    —Tenemos que ponerte agua fría —le indico pretendiendo entrar a su casa, pero ella se mueve cortándome el paso— ¿En serio?
    Resoplo con indignación, pero al ver que aún no se ha soltado de entre mis manos, tiro de su muñeca hacia nuestro apartamento. Siento cierta reticencia, pero Marta acaba por convencerla.
    —Luz sabe lo que hace, deja que te eche un vistazo Ainhoa. Mientras tanto yo miro a ver qué puedo hacer con este interfono.
    Le sostengo la mano bajo el chorro de agua fría y noto como cambia el peso del cuerpo de un pie al otro en un gesto nervioso. Levanto la vista y la observo mirarme con atención y seriedad y siento la necesidad de decir algo para romper este silencio inquietante.
    —Tranquila, he hecho esto muchas veces —le aclaro—. Sigue con la mano ahí, voy a por unas cosas para vendarte.
    Entro al baño y aprovecho para respirar profundamente. Esta tía me pone de los nervios. No la entiendo, de verdad que no.
    Cojo las vendas y el esparadrapo y vuelvo a la cocina. Me sorprende encontrármela con la tapa de la sartén en la mano y oliendo la salsa.
    —¿Qué haces?
    —Lo siento —se disculpa— es un defecto de profesión.
    No da más datos y a mí tampoco me importa. Veo como tapa de nuevo la comida y se gira para encararme. Cojo la pomada de la nevera y sostengo su mano entre las mías de nuevo. Le aplico una buena cantidad cubriendo la totalidad de la quemadura y sin extenderla, empiezo a vendarla para que quede bien protegida. Un par de trozos de esparadrapo y listo.
    —Huele muy bien —suelta de repente.
    Levanto la vista y la diferencia de altura le otorga a su mirada una intensidad que me descoloca un poco, haciéndome retroceder unos pasos para recuperar mi espacio personal.
    —Pues esto ya está —dice Marta entrando al salón—. No sé muy bien por qué, pero tenías un empalme hecho en el cableado del interfono. Te lo he dejado listo, pero oye, la próxima vez que quieras tocar electricidad, baja los plomos primero, eso es de cajón Ainhoa.
    —Muchísimas gracias de verdad, soy pésima en eso.
     —Tranquila, para eso estamos —dice Marta con una sonrisa—. ¿Cómo tienes la mano?
     —Me duele, pero estaré mejor, Luz ha sido muy correcta.
     —¿Correcta? —se sorprende Marta—, Luz es perfeccionista sí, pero correcta ni de coña. Es más bien...
     —Bueno vale ya —interrumpo su descripción con cierto apuro, podría decir cualquier estupidez —, Luz se va a comer que ha quedado y no quiere llegar tarde.
     —¿Con quién? ¿Otra vez con Paolo?
    Le lanzo una mirada asesina a Marta para que deje de hablar de mi vida delante de la vecina y parece que lo pilla porque se calla de golpe.
    —Bueno yo ya me voy, muchas gracias a las dos.
    —Espera Ainhoa —la detiene mi amiga—, si quieres puedes comer con nosotras, Luz ha preparado una delicia de espaguetis con salsa de...
    —Parmesano trufado con ¿macadamia? —termina ella, dejándome pasmada.
    —Y eso lo has descubierto oliendo mi comida o también le has metido cucharada —le pregunto con verdadero interés.
    —Sabes que no he tocado nada más que la tapa—se defiende, pero se relaja de inmediato al ver que estoy bromeando.
    —¿Macadamia? —pregunta Marta de repente—. Eso era. Llevo años intentando descubrir su ingrediente secreto, ¿cómo lo has sabido tú en dos minutos?
    Y esa pregunta me causa un verdadero interés. Porque mi vecina era una estúpida estirada y engreída, pero ahora parece un poco menos de todo eso.
    —Soy chef — sentencia Ainhoa como toda respuesta.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora