Impulsiva

3.3K 218 214
                                    

—30—

—Luz, espera —escucho a decir a Fina que acelera el paso para caminar a mi lado—, ¿para qué tienes el móvil? Te estuve llamando ayer por la tarde.

—Pues mira, igual es que lo que no me interesaba era hablar contigo — le contesto de malas maneras, deteniéndome y fulminándola.

Mi amiga me ha visto molesta, feliz, agotada y tremendamente borracha pero nunca tan enfadada como ahora y se queda plantada mirándome sorprendida cuando emprendo la marcha y me meto en clase.

Me siento en el mismo lugar de siempre y empiezo a trastear el móvil para hacer tiempo y, para qué engañarnos, para que Fina no se me acerque ahora mismo.

Ainhoa entra puntual y tras dejar sus cosas y saludarnos, pasea su vista por la clase frenándose un segundo en mí, pero yo vuelvo a enfocar el teléfono con rapidez.

Siempre con su saber estar, impertérrita, como si nada le afectara y eso me cabrea más porque yo debo tener las ojeras de un moribundo por lo menos, de no pegar ojo en toda la noche.

Ni siquiera fue capaz de decirme algo significativo en sus whatsapps, tan sólo me dejaba claro que me equivocaba y que quería hablar. Y obviamente, sus «Luz, por favor», como si se tuviera que armar de paciencia conmigo.

Paciencia la que he tenido yo y ahora está empezando a estar tremendamente afectada.

Evito a toda costa enfrentar su mirada, pero la veo de reojo paseándose por todo el lugar. Va rectificando platos y haciendo comentarios de forma serena hasta que llega a mi posición.

Cuando me habla, puedo notar su tono sutilmente dulcificado como evitando entrar en una guerra que yo me muero por explotarle en las narices.

—Señorita Lasierra, le falta espesor a esa salsa.

—A sus órdenes, chef —le digo con retintín y cierto desafío.

Me mira un momento con mala cara, un toque de atención clarísimo, pero no dice nada y sigue a lo suyo.

Al pasar al lado de Fina, se agacha a oler su preparación.

—Esto va genial señorita Pérez —le comenta poniendo una mano en su hombro—. Buen trabajo.

A mí se me llevan los demonios con ese gesto y más cuando mi ex-amiga le sonríe como una idiota.

—Esto va genial, esto va genial —me burlo con tono infantil.

Y la encuentro al fin.

—¿Algún problema señorita Lasierra? —pregunta con tono serio.

Claro que los tengo, muchos y ya no quiero quedarme callada porque estoy hartísima de todo.

—Pues sí —suelto con firmeza para su sorpresa—. Estoy viendo favoritismos en su clase y eso es muy poco profesional, señorita Arminza.

Le cambia la cara. Literalmente descompuesta. Lo veo clarísimo y debería asustarme porque la verdad, ese cabreo monumental no se lo había visto todavía. Pero el mío propio hace que me envalentone y me recoloque en una posición más erguida y orgullosa.

—No le voy a consentir ni a usted ni a nadie que me falten el respeto de este modo en mi propia clase.

—Técnicamente ésta no es su clase —añado tensando la cuerda un poco más.

Porque ya me da igual por dónde explote esto, sólo quiero que lo haga.

—Fuera de aquí —sentencia tras fulminarme—. Esto no es un patio de colegio. Si tanto te disgusta, no vuelvas. Queremos a gente que valga la pena.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora