—18—
Me incorporo, estirándome un poco, sintiendo todo el cuerpo dolorido. Noto un pinchazo al girar el cuello y maldigo por décima vez la elección de sofá de mi prima. Muy bonito por fuera y horriblemente incómodo si tienes que dormir en él.
Aún sigo cabreada con ella por la interrupción del viernes noche y por alejarme de esa forma de Ainhoa como si yo fuera una adolescente sin posibilidad de elegir. ¿Y por qué? Porque tenía que recoger en el aeropuerto a mi tía Rita bien tempranito, no vaya a ser que se enfade.
No es que no la quiera, es un poco especial, pero la adoro así. Lo único que su presencia en casa me ha desterrado a este sofá y al paripé de buena cristiana e hija que hace mi prima cada vez que la tiene cerca, lo que me obliga a mí a sumarme y a mentir, mentir mucho y descaradamente.
Me levanto y preparo un café para empezar a ser persona y poder enfrentar el día de hoy: dos exámenes, saltarme la comida para llegar a tiempo al Deessa, ver a Ainhoa y conseguir que Paolo deje de estar cabreado conmigo.
Lo cierto es que de todo eso lo que más nerviosa me pone es el tema de mi vecina. Entre que no dispongo de su número de teléfono, hemos estado haciendo de guías turísticas por Madrid y no he tenido la suerte de cruzármela en todo el fin de semana, no hemos podido mantener esa conversación pendiente. Y no sé muy bien si eso es bueno o malo porque aún me cuesta asimilar que nos besáramos el otro día.
—Buenos días primita —me saluda con cierto retintín—, ¿dónde tienes la cabeza? ¿O en quién?
Y cuando giro el cuello para enfrentar su burla, un dolor insoportable me atraviesa y me obliga a torcer el cuerpo entero para acompañar el movimiento.
—Ay, creo que tengo tortícolis —me quejo masajeando la zona.
—Si te pago un masaje, ¿dejas de estar cabreada conmigo?
—Es que tengo 28 años, tía —insisto y reduciendo un tono, añado—; si me apetece quedarme en el portal de casa liándome con ella, debería poder hacerlo.
—Hablando sobre eso —dice bajando aún más la voz y mirando a nuestro alrededor controlando que no venga su madre— ¡qué fuerte! ¿Cómo te sentiste? ¿Te gustó?
Y nada más pensar en ello, enrojezco de golpe. He estado todo el fin de semana dándole vueltas y deseando repetirlo, pero me parecía un poco impulsivo plantarme en la puerta de su casa, sería de un tono un pelín desesperado.
—Besa tan bien, Marta —contesto con un suspiro y terminándome el café.
—¿Y el hecho de que sea tu primera mujer?
—No me dio tiempo a pensarlo mucho —le confieso riendo—. No sé, sentir su cuerpo fue la cosa más natural del mundo, me gustó. La tenía a milímetros y a mí sólo me apetecía fundirme con ella. Fue tierno y excitante a la vez, dulce pero provocativo...
—Vamos, que te puso como una moto.
—¿Quién se va a comprar una moto? —pregunta mi tía apareciendo por el salón.
Yo me quedo blanca de repente, pero mi prima, más acostumbrada a esto, le responde con una tranquilidad pasmosa.
—Nadie mamá, es Luz, que entre las clases y el proyecto del restaurante va como una moto todo el día y se tiene que cuidar un poco más.
—Claro, cariño —asiente ella—. A ver si voy a tener que hablar con tu jefa y decirle un par de cositas.
—Eso no va a hacer falta, tía, si ésta ya es la última semana —le resto importancia para evitar que haga ninguna tontería—. Me voy a clase, nos vemos esta noche.
ESTÁS LEYENDO
Choque de trenes
Storie d'amoreLuz va a empezar su último año de Gastronomía en Le Cordon Bleu de Madrid. Alejada de su familia y su Toledo natal, se apoya en su prima Marta y en Paolo para acabar de cumplir su sueño y convertirse en una de las mejores chef de toda la ciudad. Per...