—16—
Maldigo por décima vez a mi prima y a su conversación reveladora porque hoy tengo la cabeza a mil kilómetros y Ainhoa está empezando a mosquearse.
—Luz, aterriza —me advierte acercándose a mí y bajando la voz, añade—. Ya no es por el desastre de plato que estás haciendo, sino que te vas a llevar un dedo si sigues así.
Y su comentario me enternece y me avergüenza a partes iguales, así que me disculpo y bajo la cabeza a la tabla, cortando los pimientos con más cuidado.
—¿Estás bien? —insiste empezando a pelar zanahorias en una tabla frente a mí—. Es por tu novio, ¿verdad? Te oí discutir ayer por teléfono... No me digas que no ha aceptado que te eligiéramos a ti por encima de él.
Intento disimular la incomodidad que me provocan sus preguntas y la sorpresa que me causa su empatía porque es la primera vez que se comporta así.
—Eh, bueno, un poco sí es por él —acepto a regañadientes—, pero no tiene nada que ver con el proyecto, está muy contento por mí. Si Paolo es muy bueno, es sólo que a veces es muy intenso.
—¿Te molesta?
Y me lanza esa pregunta con la cara un poco descompuesta y frenando todo lo que está haciendo. Me obligo a explicarme mejor aunque considere esta conversación demasiado personal y descabellada porque creo que está interprentándolo de una forma totalmente incorrecta que le está recordando cosas poco adecuadas.
—No, soy más bien yo el problema —le explico con calma—, que él me quiere mucho y a mí me gusta, pero... que gustar y querer son dos cosas muy distintas.
Nos mantenemos calladas los siguientes minutos porque las cámaras nos rodean de repente y empiezan a fotografiarnos cortando las verduras.
Cuando se marchan, mira a ambos lados y me habla en un tono confidente.
—Pero ya lleváis juntos mucho tiempo, ¿no?
Y me sorprende que siga por este camino con lo estricta que es en su cocina.
—Sí, pero para mí ha sido más como un amigo especial que como un novio ¿sabes? Y ahora me ha dado las llaves de su casa con toda la ilusión y a mí me ha provocado todo lo contrario, me ha agobiado muchísimo y... ¡Ostras! —me interrumpo al ver que he tirado un pedazo de pimiento al suelo con los nervios.
Me agacho deprisa a recogerlo y Ainhoa lo hace también para ayudarme y ese gesto la deja a ella muy cerca y a mí sin palabras, porque lo único que ha pasado por mi cabeza ha sido cogerle la cara y besarla. ¡Dios, cómo odio a mi prima y sus malos consejos!
—¿Decías? —pregunta animándome a continuar.
—¿Eh? —contesto como una tonta, porque he perdido el hilo completamente frente a la intensidad de sus ojos, pero trato de situarme deprisa—. Ah, sí, Paolo. Que no sé, es que estoy un poco confundida últimamente.
—Bueno Luz, yo creo que... —se detiene por un segundo como si le costase expresarlo en voz alta, pero al final me mira y se lanza de cabeza—. Paolo tiene pinta de ser un buen tío y te quiere mucho y eso no se encuentra fácilmente, disfrútalo. Y me voy porque... ¡Ruth! Enséñame esa salsa por favor.
Ni siquiera acaba lo que estaba diciendo y se marcha deprisa hacia la posición de mi compañera. Puede que esté imaginándome cosas pero Ainhoa estaba rara y se ha puesto muy nerviosa. La sigo con la mirada y la veo entrar al despacho que hay anexo a la cocina, donde normalmente está Clara, pero sé que hoy está vacío.
Lo pienso sólo un segundo porque si me doy un poco más de margen, me arrepentiré seguro, así que dejo lo que estoy haciendo y la sigo.
Cierro la puerta tras de mí y eso la sobresalta.
—Luz, ¿qué pasa? —me pregunta nerviosa.
—Pues no lo sé Ainhoa, pero es que me voy a volver loca si no lo averiguo.
En dos zancadas me planto frente a ella y aunque me mira descolocada, la emoción que veo en sus ojos me anima a hacerlo.
Le cojo la cara entre mis manos y la beso, degustando sus labios por primera vez, su sorprendente suavidad. Y siento el corazón bombearme con fuerza contra el pecho porque no sólo no se aparta sino que parece devolvérmelo.
Y eso me anima a continuar porque me apetece profundizarlo tanto como respirar, pero ella me detiene, da un paso atrás y tras desviar la vista por un segundo, me enfoca de nuevo.
Siento la necesidad de explicarme porque la pregunta está implícita en su gesto.
—Ainhoa, no sé qué me está pasando, pero...
—No vuelvas a hacerlo, por favor —me corta; y suavizando el tono añade—, que no pasa nada, pero este es mi lugar de trabajo, aquí soy tu jefa y no puede ser.
Me mira una última vez y se marcha dejándome con una vergüenza enorme para lo que queda de tarde.
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Choque de trenes
RomanceLuz va a empezar su último año de Gastronomía en Le Cordon Bleu de Madrid. Alejada de su familia y su Toledo natal, se apoya en su prima Marta y en Paolo para acabar de cumplir su sueño y convertirse en una de las mejores chef de toda la ciudad. Per...