Capítulo I

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   —¡Maldita sea, Paul! ¿¡Dónde carajos metiste el bolso que te pedí! ¡No lo encuentro!

   Me sobresalté cuando escuché los gritos de Stephen. Aparté mi cabeza de la ventana, dejando la bonita vista de las calles de Liverpool junto al mar de sensaciones y la alegría de haber vuelto al lugar donde había nacido, para encontrarme con el rostro colérico de mi esposo.

   Suspiré.

   —Lo dejé aquí... —contesté—. Debe estar en alguna parte.

   —¡No está! —gritó, girando el volante—. ¡Búscalo, que lo necesito!

   Giré mi cuerpo en el siento de copiloto y me incliné hacia los puestos de atrás, los cuales estaban llenos de maletas, bolsas y bolsos. Rebusqué un par de segundos hasta que tomé entre mis manos un pequeño maletín de cuero, se lo extendí.

   —Acá está.

   Se detuvo por el semáforo y me lo arrebató de las manos. Lo abrió. Salió un fajo de libras esterlinas, un par de tarjetas de crédito y su teléfono celular que jamás, bajo ninguna circunstancia, podía si quiera atreverme a mirar.

   Tecleó un par de veces la pantalla y lo puso en su oreja, mientras que con la otra mano giraba el volante para avanzar.

   —Ya estoy llegando. —Dijo de repente—. ¿Todo en orden? Mmm... Oh, entiendo. Entonces arreglaremos esos asuntos más tarde. Voy a darme un baño primero, estoy cansado... Seguro. Adiós.

   Colgó y colocó su celular en el bolsillo de su pantalón negro. Pasó su mano por su cabellera rubia y suspiró con pesadez, para luego recostar su espalda ante la espera de otro semáforo.

   Me miró.

   —¿Estás contento ahora? Siempre te quejabas porque nos habíamos ido a vivir a Londres..., y ahora estamos de regreso.

   —Sí. —Sonreí un poquito—. Se siente bien volver a casa.

   —Espero que sepas apreciar el esfuerzo que hice por ti —me dijo, sujetando mi mandíbula con su mano y apretándola—. Sé un buen esposito, ¿sí?

   —¿Un buen esposito?

   Se inclinó y besó mis labios.

   —Sí. Dejé Londres para poder complacerte y estar aquí contigo. ¿No era eso lo que querías?

   No me dejó responder.

   —Entonces debes ser un buen esposito conmigo y complacerme. Recuerda que no te falta nada, y tienes una vida de lujos porque yo me encargo de trabajar.

   Me guiñó el ojo y esbozó una sonrisita. Volvió al volante, esta vez para avanzar y desviarse hacia una calle.

   Avanzó, y poco a poco comencé a ver las primeras casas del vecindario. Eran grandes, lujosas, y nadie que no tuviera una buena fortuna podía vivir ahí.

   Stephen Taylor venía de una familia adinerada que tenía comercios en Reino Unido. Todo lo contrario a mí, quién antes de conocerlo trabajaba limpiando pisos en un bar nocturno. Había sido un golpe de suerte que se hubiera fijado en mí, por ello no lo pensé dos veces y acepté cuando me pidió que me casara con él.

   Había sido algo apresurado. Pero el sentimiento de no tener nada y luego tenerlo todo de la noche a la mañana, era satisfactorio.

   El auto se detuvo más rápido de lo que pensé. Y de un momento a otro Stephen estaba apurándome para que bajara cuanto antes.

   Las gotas de lluvia cayeron en mi cabello, humedeciéndolo casi al instante y obligándome a apresurar el paso. Cruzamos el jardín.

   —Apresúrate, Paul. Dios..., a veces eres tan lento...

Stolen Kisses ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora