Capítulo V

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   No podía dejar de pensar en eso. Ni siquiera podía creer que tuviera el coraje de decírmelo de esa manera tan natural, cómo si aquello fuera normal.

   Incontables veces había desnudado mi cuerpo y me había detenido frente al espejo a mirarlo y a preguntarme qué estaba mal en mí y qué era lo que faltaba para Stephen se hubiera ido a buscar en otro.

   Escuché el toque de la puerta.

   —¿Quién? —pregunté, mientras estaba envolviendo mi desnudez en mi albornoz.

   —John. Vengo a traerle algo de comer. Lleva todo el día sin salir de ahí y quisiera asegurarme que esté bien.

   Los latidos de mi corazón se me aceleraron con brusquedad. Me apresuré a ir hacia la puerta para abrirla, encontrándome con John.

   Se sonrió un poco. Tenía una bandeja en la mano.

   —Sé que ha rechazado el desayuno y el almuerzo, pero quise arriesgarme yo a ser rechazado por usted. Supongo que debe ser un privilegio...

   Me eché a reír y me hice a un lado, dejándolo pasar. En la bandeja había un trozo de pastel de chocolate, unas galletitas saladas con mermelada de frambuesa y mantequilla de maní.

   —¡Pero, Dios! —John espetó en cuanto entró—. ¡Qué desastre! Permítame ordenar todo esto mientras usted come.

   Dejó la bandeja en el sillón, dónde yo había tomado asiento, y comenzó a quitar la ropa que había encima. Mordí una galleta con mantequilla de maní mientras que él tendía la cama.

   —Gracias...

   —¿Está todo bien? Desde que el señor Taylor llegó ayer, usted está... nostálgico. Me pregunto si lo ha hecho sentir mal otra vez.

   —No quiero hablar de eso.

   —Bueno, pero si está a mi alcance hacer lo que sea para que usted se sienta bien..., puede decírmelo.

   Metí el resto de la galleta a mi boca y me levanté, logrando desprender mi albornoz y haciendo que cayera al suelo. John aún estaba de espalda y no se había dado cuenta.

   —Mírame.

   Él se giró. Me vio. Se puso rojo y volvió a darse la vuelta de manera brusca, golpéandose la rodilla con la cama y soltando un alarido de dolor.

   —Dios... Dios. Ay, Dios mío. Dios. Duele. Ah. Dios. Discúlpeme. Ay, duele... No sabía que estaba casi desnudo. Perdóname.

   —Quiero que me veas y me digas si hay algo malo en mí cuerpo.

   Las orejas de John se pusieron aún más coloradas. Se quedó estático, aún sin darme la cara.

   —No me atrevería. Lo lamento. No necesito verlo para darme cuenta que no hay nada malo en usted. Por favor, no quiero faltarle el respeto ni a usted ni al señor Taylor.

   —No me hagas ordenártelo.

   John suspiró, se dio la vuelta y me miró a los ojos, sin atreverse a recorrer mi cuerpo con la mirada. Tenía sus manos adelante, juntas, y su rostro estaba tan rojo como un tomate.

   Finalmente lo hizo de manera fugaz, volviendo a mirarme la cara.

   —Sólo veo un cuerpo deseable ante cualquiera que tuviera la oportunidad de tenerlo.

   John cerró sus ojos y se dio la vuelta. Los latidos de mi corazón se volvieron intensos repentinamente.

   Me cubrí con el albornoz, estando acalorado. Comí un trozo de pastel de chocolate.

Stolen Kisses ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora