Capítulo IX

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   Mi rostro estaba enteramente desagradable. Había llorado hasta quedarme dormido, logrando que mis ojos, nariz y labios amanecieran hinchados.

   Y como era de esperarse, la bofetada que Stephen me había dado estaba de color rosado intenso con algunas partes moradas.

   —Ya me voy a ir al trabajo...

   Lo miré a través del espejo del lavamanos. Comenzó a acercarse a mí, y me resultó difícil no sentir un poco de miedo.

   Stephen me abrazó por la espalda y me dio un beso en la mejilla.

   —Te amo.

   Sentí un tirón desagradable en mi estómago.

   —Lo lamento tanto, Paulie...

   Me hizo quedar frente a él y entonces me abrazó, al tiempo que me acariciaba el cabello.

   —Me hiciste enojar... Por eso actué así. Sabes que no soy así contigo y que sería incapaz de hacerte daño, pero me hiciste enloquecer. Arruinaste mi día, amor... Estaba cansado y lo único que quería era llegar a casa para poder estar contigo, y mira como te pusiste...

   Hundí mi cabeza en su pectoral y sollocé, aferrándome a su cintura. Stephen me besó la frente.

   —Lo lamento, en serio... Pasé toda la noche triste por tu culpa, perdón...

   Se separó de mí y luego me besó los labios.

   —¿Qué puedo hacer para hacerte sentir bien?

   Deslizó su mano delicadamente por el golpe, causándome dolor.

   —¿Duele mucho? Oh, cuanto lo siento...

   Besó el golpe. Volvió a abrazarme y yo ahogué un sollozo en su pectoral, hundiendo una vez más mi rostro. Estar entre sus brazos era una fugaz sensación de alivio.

   —Deje más dinero en efectivo. Y voy a traerte algo que sé que va a gustarte, ¿sí? Por favor, ya no estés triste... Me haces sentir culpable.

   —Bien...

   —Ya me tengo que ir. —Volvió a darme un beso en los labios—. Te amo. Mucho.

   Rodeó mi cuerpo entre sus brazos para abrazarme antes de marcharse. Salió del baño, y al instante abandonó la habitación, dejándome solo.

   Dejé salir un llanto. Me sentía miserable, y aunque sabía que un simple baño no arreglaría nada, me desvestí y sumergí mi cuerpo en la bañera de agua tibia.

   Sumergí también el rostro, sintiendo por décimas de segundo el dolor del golpe un poco aliviado. Volví a la superficie para buscar el teléfono que había dejado en el lavamanos.

   Llamé a mamá, aún sumergido en la bañera.

   —¡Paulie, hijo! ¿Cómo estás?

   Mi voz se quebró.

   —Hola...

   —¿Estás bien? Te escucho raro... ¿Tienes buena señal?

   Sorbí por la nariz y tosí, intentando disimular. El nudo en mi garganta se agrandó.

   —Eh, sí... Creo... En verdad no sé. Sólo... sólo quería hablar contigo...

   —Oh, ya veo —carcajeó—. Estoy un poco ocupada ahora, hijo, ¿podrías llamar más tarde? Es que estoy con James... Está Mike y su novia, y ya sabes...

   —Ah, okey. Okey, okey. Está bien. Lo siento...

   —Un beso. Te quiero.

   Colgué el teléfono y limpié las lágrimas que se deslizaron por mi mejilla. Pensé varios segundos en si llamar a John o no.

Stolen Kisses ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora