Capítulo VIII

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   El dolor en mis piernas era intenso, mientras que el sudor empapaba mi frente y mi corazón latía con intensidad. Mi cuerpo exigía un descanso, pero John me alentaba a seguir.

   —Más abajo... Eso es...

   Cuando subí, sentí mis músculos tensos y calientes. Me esforcé de más para lograrlo.

   —Sólo tres más... Vamos, ocho..., nueve..., diez. Listo.

   John me ayudó a bajar la pesa de los hombros. En ese momento me desplomé en la silla, jadeando cansado.

   Me extendió la toalla y mi contenedor de agua.

   —Tengo las piernas como spaghetti.

   Él se rió a carcajadas.

   —Es tu primer entrenamiento, es normal que sientas eso. La primera semana siempre es así.

   Tomó un par de pesas de quince libras comenzó a ejercitar sus brazos, subiéndolas y bajándolas. Mientras recuperaba fuerzas, decidí mirarlo. Los músculos en sus brazos se hincharon un poco más, mientras que las venas comenzaban a brotarse.

   John comenzó a agotarse, el sudor empapó su frente y en un jadeo abandonó las pesas.

   —¿Por qué no entrenas aquí?

   —No puedo entrenarte y hacerlo yo. —Respondió, tratando de controlar su respiración—. Y además suelo entrenar en casa, sólo que hoy no tuve tiempo de trabajar los bíceps. Creo que el señor Taylor enojaría si me ve...

   —No creo que se enoje. —Le dije—. A Stephen no le importa. Puedes entrenar aquí.

   —Bueno...

   Esbocé una sonrisa, que se borró de inmediato cuando él me indicó que me pusiera de pie.

   —¡Oh, no! No otra vez...

   —No lo tomes como una tortura. —Recomendó—. Entrenar es saludable.

   Tomé aire, colocando mis manos mi cintura con fatiga

   —¿Ahora que toca?

   —Espalda en la silla. Pies en el suelo. Vas a subir y bajar, y vas a apretar tu trasero cada que subas.

   Ayudado por John, apoyé mi espalda baja en el asiento de la silla mientras que, con mis rodillas flexionadas, mantenía mis pies en el suelo.

   —Si quieres, puedes apoyar tus codos de la silla también... Ahora voy a poner peso en tu cadera y vas a subir y a bajar. Recuerda apretar tu trasero. —Rió—. Mañana ni siquiera vas a poder sentarte. Lo prometo.

   Cuando John puso la pesa de viente libras en mi cadera, mi trasero y piernas se vinieron abajo y tuve que esforzarme por mantenerme.

   Comencé a subir y a bajar, siendo supervisado por John, que de vez en cuando corregía mi espalda y posición de piernas.

   Luego de un par de repeticiones, obtuve mi merecido descanso.

   —¿Qué tal ese? —preguntó sonriendo, sentándose a mi lado.

   —Me duele el trasero —me quejé, cansado—. Quiero agua.

   Me acercó la botella, la abrí y bebí un par de sorbos.

   —Olvidé decirte que se llama Stuart Sutcliffe.

   John me miró, arrugando un poquito su entrecejo.

   —¿Quién?

   —El novio de mi esposo Stephen.

   —Oh... —adoptó un semblante sorpresivo—. ¿Cómo te enteraste?

Stolen Kisses ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora