Capítulo XII

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   Llegué nuevamente al gimnasio, jadeando de cansancio. John estaba acomodando unas pesas. En cuanto me vio, las dejó en el suelo y vino hacia mí.

   —¿Estás bien? ¿Qué tienes? Estás pálido. Seguro es porque no comiste algo antes...

   —John, Stuart está allá abajo.

   Adoptó un semblante de asombro.

   —¿Stuart? ¿En serio? ¿Aquí? ¿Ahora?

   —¡Sí!

   Alboroté mi cabello, soltando un quejido y me recosté contra la pared.

   —Lo trajo acá... Nunca pensé que fuera hacerlo.

   —A estas altura yo, siendo tú, esperaría cualquier cosa de Stephen.

   Giré mi rostro para verlo.

   —Está bien si te sientes mal por eso... —comenzó a decir John cuando me quedé en silencio.

   —¡No me siento mal por eso! ¡Me da rabia! —espeté. Solté un bufido—. Seguro se está vengando de mí por no haber ido ayer a Londres a ver a sus padres.

   John hizo una mueca de disgusto y, dándome la razón, asintió.

   —Seguro sí. O como últimamente le has demostrado que no te importa que tenga a alguien más...

   —Tal vez. —Bufé—. Necesito darme un baño e ir a verlo.

   —¿Vas a verlo? ¿A él? ¿A Stuart?

   —Sí. No voy a estar escondiéndome de ese imbécil.

   Moví mis piernas hacia el baño del gimnasio, y me adentré al cubículo dispuesto a darme una ducha para quitarme todo el sudor del cuerpo.

   Tardé unos diez minutos. Y en cuanto quise salir, sequé mi cuerpo con la toalla y luego me coloqué el albornoz para ir directo a mi recámara a vestirme.

   Bajé las escaleras de dos en dos hasta llegar al segundo piso. Una vez ahí me dirigí a mi recámara y luego al armario a buscar algo cómodo que ponerme.

   Cuando puse mis pies en el primer piso, comencé a buscarlo por todas partes. Fui a la sala, al patio, al comedor y no había rastro de ninguno de los dos.

   Finalmente me topé con Stephen antes de cruzar la puerta deslizadora que daba hacia el patio.

   —¡Ah, Paul! Qué bueno que te veo. Quiero presentarte a alguien, ven...

   Me tomó de la mano y me condujo hacia el jardín. No mencioné nada, pero por dentro estaba carcomiéndome de la rabia. Todavía no podía creer que él fuera tan descarado.

   —¿A quién?

   Stephen se sonrió.

   —A alguien. Ya vas a esperar a conocerlo. Trabaja para mí, así que por favor no seas grosero.

   Cuando nos acercábamos, noté que en los bancos estaba sentado el mismo hombre que había visto entrar. Tenía puesta prendas de marca. Un pantalón negro, camisa de botones roja y de mangas cortas, y unos botines puntiagudos.

   —Amor, mira..., este es mi esposo.

   Bofetada tras bofetada fue lo que sentí.

   —Paul, cariño, este es Stuart.

   Una puntada en el estómago. Él extendió su mano con una sonrisa en el rostro. Incluso yo era un poco más alto que él.

   —¡Hola! Qué gusto conocerte. Soy Stuart Sutcliffe.

Stolen Kisses ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora