Capítulo XI

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   Sus palabras resonaron en mi cabeza una y otra vez. De alguna manera o de otra, para bien, para mal o para peor, John Lennon siempre estaba en mi cabeza.

   Y no podía dejar de pensar en otra cosa que no fuera él.

   De pronto, un sentimiento de felicidad embargó mi corazón cuando recordé que me había dicho que yo le gustaba.

   Nunca le había gustado a otra persona que no fuera Stephen.

   —¿Y esa sonrisa que tienes?

   La voz de Stephen me hizo levantar la cabeza del plato. Estábamos almorzando en casa, en aquella mesa grande y con una distancia sombría entre nosotros.

   —Ah, recordé algo gracioso que pasó con Mike cuando éramos niños.

   —Mhm.

   Stephen picó un trozo de carne y lo llevó a su boca para masticarlo. De pronto sus ojos se posaron en mi plato. Estaba tan rica la comida, que incluso había pensado en repetir un poco de vegetales en salsa.

   —¿No es suficiente con lo que ya comiste? ¿Piensas terminar todo el plato y engordar?

   —Estoy ejercitándome —le dije—. No voy a engordar. Necesito alimentarme bien.

   —Mmm...

   —¿Y... cómo va el trabajo?

   —Bien.

   —¿Tus padres cómo están? Tengo tiempo que no hablo con ellos...

   —Están bien.

   Desde siempre me resultaba demasiado difícil entablar una conversación con Stephen. Simplemente no podía atinar a sus gustos o a un buen tema que pudiera ser ameno para ambos.

   —Voy a subir a la oficina. Tengo una reunión ahorita y luego voy a salir en la tarde.

   —¿Con Stuart?

   Stephen soltó una bocanada de aire.

   —No empieces.

   —No importa —le dije—. En serio no lo digo enojado. Sólo quise adivinar, es todo.

   Y sí. En verdad no me importaba ni un poco porque había alguien a quién yo le gustaba, y eso me causaba mucha emoción.

   —¿De verdad? —de pronto Stephen se sonrió, al tiempo que se levantaba de la silla para ir hacia donde estaba yo—. Me alegro que no te enojes por una tontería como esa.

   Me dio un beso en el cabello.

   —Tú y yo estamos casados, y eso es lo que importa. No sería capaz de dejarte a ti por nadie.

   Luego me dio un beso en la mejilla y se marchó, dejándome solo en el comedor. Terminé de beber la limonada, comí lo que quedaba del plato y llevé los trastes a la cocina.

   Samantha estaba ayudando a la señora Ellen en la cocina.

   —¿No han visto a John?

   —Sí —Samantha contestó en seguida, levantando la mirada—. Está limpiando el jardín.

   Regresé a la sala, esta vez para cruzar la puerta corrediza que daba vista hacia la parte trasera.

   Caminé hacia el jardín y vi a John acumular unas cuantas hojas secas con ayuda de un rastrillo. Nos miramos. Él se sonrió.

   —De aquí a principios de noviembre será una montaña enorme de hojas.

   —Mañana es tu cumpleaños.

Stolen Kisses ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora